Hace ya algo más de un mes que se nos fue nuestro querido Ñoño. En este tiempo hemos tenido que aprender a convivir sin su presencia. Sin su arte, sus risas, sus puros y su fliscorno. Todavía cuesta entrar a TJ y no verlo sentado en la barra, vestido con su traje, apoyado en su garrote. Y es que, de verlo siempre ahí, pensábamos que nunca se nos iba a ir. Pero se nos ha ido. Como antes se nos fueron Perete y Cayetano, entre otros tantos como Perico ‘el flauta’ o el inolvidable y reconocido maestro Ortuño.
Pero, además de rendir tributo en estas líneas a nuestro amigo Ñoño, me gustaría remarcar la necesidad de escuchar, aprender y disfrutar de la sabiduría y del arte de esos mayores que todavía nos acompañan ensayo tras ensayo, concierto tras concierto. ¿Cuántos clarinetistas de Yecla han aprendido gracias a las pacientes clases de Ángel Hernández Castaño, o Ángel padre, como muchos le conocemos? ¡Más de 50 años estuvo dando clases de música hasta que se jubiló en 2000! ¿Qué directivo no ha escuchado los sabios consejos de Pepe Cano o de su cuñado Pepe Marco, nuestro primer presidente? ¿Sabíais, por ejemplo, que la Asociación de Amigos de la Música nació entre vinos y reuniones en la antigua Zaranda? Martín, el dueño de la taberna, hacía de contable. “El dinero que recaudábamos para fundar la asociación, Martín lo guardaba en los ceños de los toneles”, me contaba Pepe Cano hace ya algunos años en una de las entrevistas donde más aprendí acerca de la historia reciente de la música en Yecla.
Porque hoy, la Banda y la Escuela de Música son enormes. Pero para llegar hasta aquí ha habido que pelear mucho. Y gente como las mencionadas en este artículo se han dejado la piel por conseguirlo. Por eso, el mejor homenaje que podemos hacerles es preocuparnos por conocer y respetar lo que hicieron. Lo que sufrieron y pelearon por sacar adelante esta banda y esta escuela. ¿Sabéis por ejemplo que los primeros instrumentos de la banda, allá por 1974 se compraron hipotecando la casa de músicos como Pepe Cano?
Tenemos mucho que agradecer a nuestros mayores. Ellos pusieron los sólidos pilares sobre lo que se ha construido todo lo demás. Y gracias a su esfuerzo y al apoyo incondicional de su familia, este grupo de amigos ha visto cómo la banda ha ganado premios, pero también cómo ha crecido en alumnos e instalaciones.
Un grupo de amigos que, por ley de vida, se está empezando a desvanecer. Esperemos que los que están nos duren muchos años. Ahora se nos ha ido el Ñoño. Desde que entré en la banda, allá por el año 2000, Antonio fue uno de los músicos a los que más he respetado. Su maestría, su bien tocar y su amabilidad siempre fueron su seña de identidad.
Y además, nos enseñó a vivir y a disfrutar la vida hasta el último día. De hecho, mi última foto con él es de hace apenas unos meses, en la Mannix. Soberbio, Ñoño. Nuestro maestro, nuestro galán, nuestro amigo. No sabes cuánto te recordamos, cuánto te echamos de menos ni las veces que hemos brindado a tu salud en el último mes. Nos quedamos con todas esas anécdotas, recuerdos y consejos que nunca podremos olvidar.
Que la música siga sonando allá donde estés. Gracias por todo lo que nos dejaste aprender de ti. ¡Hasta siempre, maestro!
Por David Val.