EL ACABOSE

EL ACABOSE por Nacho Cotobal

Sección: Una Cosa Rara – La música curiosa

No te sobresaltes, querido lector, por este título que trae imágenes distópicas y apocalípticas de las que, para nuestra desgracia, vamos bien servidos en estos tiempos difíciles. Mi primera intención fue poner “¡Se acabó!”, pero un gusano auditivo con la voz de María Jiménez (…porque yo me lo propuse y sufrí…) anidaba en mi cerebro distrayéndome de mi propósito, que no es otro que traer a colación un problema que afecta a las creaciones musicales y otras artes temporales como la literatura: ¿qué pasa cuando la obra queda incompleta? En las artes plásticas, el problema no es tan grave. Los museos están llenos de grandes obras inconclusas que, aún así, causan admiración y son apreciadas. Pensemos en Leonardo, que hizo muchas, pero que muchas cosas… aunque dejaba la mitad a medias. O, sin salir del renacentista mundo de las Tortugas Ninja, Michelangelo Buonarroti, cuyos mármoles incompletos dieron nombre al término artístico “non finito” que fue imitadísimo por Rodin y el arte moderno. Estas pinturas o esculturas abocetadas nos permiten apreciar y admirar el proceso técnico y a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría, al menos en la actualidad, repintarlas o seguir ahí, dale que te pego con el cincel… a riesgo de llenar los Uffizzi o el Louvre de eccehomos de Borja. Pero la música, es otro cantar. Escuchar una obra incompleta sería como un apagón a mitad de la película, o llegar al final del libro y que falten páginas, o estar leyendo esta frase y…

Los motivos para dejar una obra inacabada pueden ser variados. Por ejemplo, estás ahí componiendo una sinfonía tan ricamente y, cuando ya tienes dos movimientos completos, te enteras de que tienes sífilis y se te quitan las ganas de seguir. Es lo que dicen que le pasó a Franz Schubert con esa sinfonía a la que se dio el ilustrativo nombre de Unvollendete (incompleta, inacabada, unfinished), pero vete tú a saber si es verdad cuando la gente ni siquiera se pone de acuerdo en si es la 7ª o la 8ª. Aunque claro, la causa más frecuente de no rematar la faena es ser rematado uno mismo, vamos, que el compositor pasa del opus al RIP y de afinar a estar finado (¡se acabó!). Entonces, llegamos a la cuestión: ¿qué hacemos con la obra incompleta? Y no me refiero a una cancioncilla o una bagatela cualquiera, sino a sinfonías, óperas y así, que a menudo son monumentales pero les falta el acabose. La sinfonía de Schubert forma parte del repertorio de muchas orquestas, tal cual, con solo dos movimientos, y la queremos igual a la pobre. Pero, imagina que te invitan a un concierto de música barroca, nada menos que El Arte de la Fuga, la última obra de Johann Sebastian Bach (eso de que sea la última, ya nos va dando pistas…) y, tras una hora escuchando fugas y cánones maravillosos, van los músicos y hacen esto:

Obviamente, este contrapunctus interruptus más propio de John (Cage) que de Johann (Sebas) no era, para nada, la intención del Juan barroco. Y sabemos exactamente qué pasó si nos fiamos de uno de los hijos de Bach, Carl Philipp Emanuel, que escribió de su puño y letra en la partitura incompleta algo así como que papá se fue al otro barrio al poco de escribir las notas Si bemol-La-Do-Si, que en la notación alfabética alemana se corresponden con (¡tachán…!) B-A-C-H. Esta página non finita pone punto final, paradójicamente, al Barroco musical. Obsérvense los garabatos de Carl Philipp Emanuel sobre los mudos pentagramas:

Berlin State Library. Wikimedia Commons. Dominio público

Aclarado: los músicos del vídeo no es que decidan hacer una huelga, sino que interpretan exclusivamente las partes que dejó escritas el Kantor de Leipzig. Una decisión musicológica, pero arriesgada si el público no conoce el dato y piensa que le están tomando la peluca. Lo normal sería escuchar la obra con un final compuesto por otro músico, y se han propuesto al menos una docena tan solo en el último siglo, pero no se ha llegado a imponer ninguna versión. El Arte de la Fuga es una de las pocas obras musicales que aguanta mutilada y sigue siendo bella, como la Venus de Milo, y si no, busquen y escuchen la maravillosa orquestación de Luciano Berio para el Contrapunctus XIX, con su cósmico final.

Otras composiciones -muy conocidas y muy limpias ellas, oiga- sí han contado con las restauraciones necesarias para poder decir el “¡se acabó!”, porque se lo propusieron y  lo sufrieron. Aquí van cinco ejemplos variados de distintos periodos musicales:

MARCHANDO OTRA DE BACH

Para no dejar así a medias a Johann Sebastian, veamos otra de sus obras incompletas, pero con acabose. El manuscrito del concierto para clave en Re menor BWV 1059 solo consta de nueve compases, apenas veinte segundos de música. Fue iniciado en 1745 con una instrumentación de clave solista, oboe, violines I y II, viola y bajo continuo… y nunca rematado. Los musicólogos han propuesto una reconstrucción catalogada como BWV 1019R, aunque con un poco de trampa: Bach había utilizado ya el tema en su cantata nº 35, así que en este caso, la ñapa no era tan difícil (cambiar el órgano por el clave y alguna cosilla más).

Aquí, lo poco escrito en la partitura original:

Y esta es la reconstrucción del primer movimiento en interpretación de Gustav Leonhardt y sus muchachos:

LA ÚLTIMA PÁGINA DE AMADEUS

La muerte sorprendió a Wolfgang Amadeus Mozart el 5 de diciembre de 1791, dejando incompleta su Misa de Réquiem. No fue Antonio Salieri, el malo de Amadeus (1984), quien ayudaba a escribir a Mozart a pie de cama. Niños: no hay que creerse todo lo que sale en las películas, y menos en esta de Miloš Forman que pone al pobre Antonio a caer de un burro. Fue un discípulo de Mozart, el clarinetista y compositor Franz Xaver Süssmayr (1766-1803), quien terminó la obra a partir de los esbozos e indicaciones de su maestro, consciente de lo inminente de su final. La grabación del «Lacrimosa» que acompaña a este vídeo tiene la curiosidad de que únicamente se interpretan las partes que Mozart dejó manuscritas.

Este es un caso de acabose bien elaborado, aceptado históricamente e interpretado habitualmente. Para ilustrarlo, se puede rastrear entre cientos de fantásticos registros y vídeos, pero mi elección -y aquí me pongo serio- quiere dejar constancia del momento histórico que vivimos. Por eso propongo esta interpretación confinada de algunos miembros de Le Choeur de Paris, con sus coralistas aficionados que cantan desde casa sobre una grabación y que, con sus imprecisiones y desajustes, es un emocionante reflejo de la situación mundial creada por la pandemia del COVID-19. En memoria de las víctimas, vaya el Lacrimosa y su ruego final: Pie Jesu Domine, Dona eis requiem. Amen (Piadoso Señor Jesús, concédeles el descanso eterno. Amén)

LA DÉCIMA DEL SORDO

Siguiendo con los grandes, no podía faltar aquí Ludwig van Beethoven, del que este mismo año se cumple el 250º aniversario de su nacimiento, aunque los fastos previstos para la celebración tengan que ser suspendidos o aplazados… ¡Lo de Ludwig es mala suerte! Tras el estreno de su 9ª sinfonía el 7 de mayo de 1824, Beethoven no volvió a aparecer en público y se concentró en sus últimos tres años de vida en la composición de cuartetos de cuerda, obras para piano y cosas de andar por casa (geniales, claro, pero que se pueden tocar en casa; no se enfade, caballero). Sin embargo, está documentado que Beethoven trabajaba en una décima sinfonía, dejando notas y borrajetas de esas que hacía en cualquier trozo de papel. El compositor inglés Barry Cooper, musicólogo especializado en el maestro de Bonn, elaboró y presentó en 1988 un primer movimiento de cerca de veinte minutos de una hipotética 10ª Sinfonía de Beethoven en Mi bemol mayor. El acabose se hizo a partir de medio centenar de esbozos y fue grabado y publicado por la London Symphony Orchestra dirigida por Wyn Morris en un álbum que incluía el único movimiento (Andante-Allegro-Andante) y un audio –bastante más largo que la sinfonía- en el que el Dr. Barry Cooper daba la chapa con los detalles del proceso de composición. El resultado, sin que se pueda decir que sea de Beethoven, es bastante resultón.

TALENTO NATURAL Vs INTELIGENCIA ARTIFICIAL

¿Recuerdas lo que decía de la Unvollendete de Schubert? Eso de que solo tiene dos movimientos y se interpreta así, y ya está, no pasa nada. Pues sí pasa, sí. Eso de que una sinfonía se llame “inacabada” es como poner un cartel de “recién pintado” en la puerta, que siempre hay quien toca para comprobarlo… Demasiado tentador. En 1928, con ocasión del centenario de la muerte de Franz, se hizo un concurso para dar un acabose a la obra. Ganó un inglés, Frank Merrick, pero sus dos nuevos movimientos se tocaron por entonces y poco más (aunque dice wikipedia que en los años 80 se podían escuchar en los vuelos del Boeing 747 de Swissair entre Zurich y Hong Kong, qué cosas). Otro inglés que puso el dedo en la puerta recién pintada fue Brian Newbould, que le cogió el tranquillo y completó nada menos que tres sinfonías de Schubert. Pero el acabose más reciente y pintoresco es el que encargó la empresa china Huawei en 2019, dando final a la obra mediante la inteligencia artificial, con los algoritmos creados por su propio smartphone a partir de los dos primeros movimientos. En realidad, la inteligencia artificial no había ido a las clases de armonía y orquestación del conservatorio y lo que “compuso” fueron unas líneas melódicas que después elaboró un compositor de carne y hueso especializado en bandas sonoras llamado Lucas Cantor.

Algunas opiniones sobre el resultado: “Es poco convincente y no se parece nada a Schubert”, “artificial y carente de alma”, “parece de una película de Pixar”, “¡Mátame, camión!”

DOS ESCRITURAS A ELEGIR

“Qui il Maestro finí”, “Aquí terminó el maestro”, dijo Arturo Toscanini bajando la batuta en el foso de La Scala de Milán aquel mes de abril de 1926. Con la batuta bajó también el telón y el público se quedó sin el final de la función. Y había que tener muchos bemoles para discutirle algo a Toscanini, menudo era. La ópera en cuestión es Turandot, en la que estaba trabajando Giaccomo Puccini, fumador compulsivo, cuando murió en 1924 por las complicaciones de un cáncer de laringe. El compositor, meticuloso y perfeccionista siempre insatisfecho (dejó veinte proyectos de ópera sin desarrollar), llegó a terminar los dos primeros actos y la mitad del tercero, dejando apenas esbozado el final. Fue el napolitano Franco Alfano quien, bajo la supervisión de Toscanini, le dio el acabose… ¡para que el director decida no tocar el final el día del estreno! A partir de la segunda representación ya se interpretó el añadido de este músico cuya posteridad está ligada casi en exclusiva a este trabajo, a pesar de ser autor él mismo de una docena de óperas, mira tú.

Aunque el final Alfano sea el habitual y más popular, otro italiano que ya salió por ahí, Luciano Berio, escribió otro acabose en 2002. Así que en Turandot, como en los bolis BIC, tenemos dos escrituras a elegir: Berio escribe fino y Alfano escribe normal. El primer final es apoteósico y brillante, retomando en el coro la bellísima música del aria Nessun dorma:

La versión de Berio es más íntima, con una orquestación casi impresionista y, tal vez, mas pucciniana, ¿o me lo parece a mí? Aquí Nessun dorma se filtra, se cita sin exhibirse. 

Hay muchos más ejemplos de composiciones incompletas (solamente de Vivaldi unas cuarenta) o concluidas por otros autores (La Atlántida de Manuel de Falla terminada por Ernesto Halffter, por ejemplo), pero este artículo pide ya un punto final y se lo voy a poner yo, no sea que lo tenga que escribir otro… ¡Se acabó!

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