Nació el 15 de agosto de 1890 en París. La música lo acompañaba ya siendo niño, pues se crió en una familia de músicos. Su padre, Antoine Ibert, violinista excelentemente dotado, se divertía sobretodo en recrear con su instrumento aires del folklore popular que estaban de moda por aquel entonces. La madre, Marguerite Lartigue, excelente pianista, se dedicó a inculcar los primeros rudimentos del piano a su pequeño en el que, además, había descubierto dotes musicales bastante excepcionales. Además, cabe resaltar, que ésta era prima del gran Manuel de Falla e hija de Isabel Berazar, peruana de nacimiento. Esa abuela, residente además en París, iba a enseñar al joven Jacques el idioma español y a permitirle conocer la literatura ibérica y las maravillosas leyendas de su país. Ibert se complacía en recordar que “por sus venas corría un fuerte porcentaje de sangre española”.
Sin embargo, Antoine Ibert, comisionista de mercancías para la exportación, opinaba que la música era tan sólo un honesto entretenimiento que no debía interferir en los estudios tradicionales. Y como había decidido que su hijo lo ayudase, para sucederle después en su negocio, le matriculó en el colegio Rollin, de París, haciendo que sus inspiraciones artísticas pasasen a un segundo plano.
El joven músico cedió y en 1908, a la edad de 18 años terminó bachiller. Pero Ibert jamás ha tenido intención de incorporarse a la empresa familiar, pues desde hace varios años, en su fuero interno, ha decidido ser compositor. Pero tendrá que esperar: como consecuencia de una catástrofe marítima, para poder hacer frente a graves dificultades económica, la familia Ibert tiene que redoblar su trabajo y su energía. Jacques Ibert decide ayudar a su padre y posponer sus estudios musicales. Mientras tanto, ha descubierto en su barrio una escuela de música en la que enseñan solfeo y armonía y se matricula a escondidas. Su intención es la de adquirir suficientes conocimientos para presentarse al Conservatorio. Su perseverancia es tal que al finalizar el año siguiente se encuentra en condiciones de librar su primera batalla. Los negocios familiares han mejorado en cierta medida, pero el hecho de enfrentarse a su padre, de exponerle sus intenciones, le hace frenarse y seguir ayudándolo.
Bastará con los consejos de Georges Spork y Manuel de Falla (a los que el músico había presentado ya algunos trabajos) de instarle a presentarse a la clase de armonía del Conservatorio para que, por fin, Ibert decida encararse a su padre.
Antoine Ibert decide no oponerse a la vocación tan llanamente declarada de su hijo, pero a partir de ahora, tendrá que aprender a valerse por sí mismo. En adelante, tendrá que soportar los riesgos de su elección. Pero eso no parece ser un problema para el músico, que ingresa en el Conservatorio Nacional de Música de París tan pronto como recibe la aprobación de su padre. Se incorpora pues, a la clase de Émile Pessard, el profesor de armonía que ya ha formado, entre otros, a Gustave Charpentier y a Maurice Ravel. Para ganarse la vida da clases de solfeo y acepta escribir fragmentos de pianos muy fáciles y ligeros, así como canciones destinados a ediciones populares. Sus valses obtienen un gran éxito.
Dos años más tarde, en 1912, Jacques Ibert entra en las clases superiores de fuga y de contrapunto. Su profesor, André Gédalge, descubre rápidamente las excepcionales dotes del alumno. Se interesa por él, así como de otros dos jóvenes músicos: Darius Milhaud y Arthur Honegger. Con éste último, Ibert, hará una amistad de por vida.
Jacques Ibert encuentra un trabajo que le uniría para siempre con el cine. Trabajaría como pianista durante la proyección de películas (era la época del cine mudo).Años más tarde le solicitarán la partitura de uno de los primeros filmes sonoros, S.O.S. Foch, antes de que llegue a convertirse en el autor de la música de más de 50 películas y de que llegue a ser, a su vez, jurado en el Festival Internacional de Cine en Cannes.
Pero de momento su objetivo se centra en el premio de composición del Conservatorio. Así, en 1913, entra en la clase de composición de Paul Vidal.
En 1914, estalla la guerra, y el músico, a pesar de haber sido declarado incapacitado para el servicio, consigue enrolarse. Debido a su resistencia y obstinación, en 1917, se convierte en oficial de Marina. Un año más tarde, la guerra devuelve a Ibert a casa.
Una vez allí, decide presentarse al concurso de Roma. Con la ayuda de Nadia Boulanger y Roger Ducasse, dos excelentes músicos y pedagogos, en octubre de 1919 aprueba el concurso eliminatorio. Y con su cantata Le poète et la fée (El poeta y el hada) sale vencedor del torneo. El Primer Gran Premio de Roma consistía en una estancia de cuatro años en la Villa Médicis, la Academia de Francia en Roma. Durante esta estancia los ganadores al premio estudiaban la
cultura clásica y el Renacimiento y se les exigía permanecer solteros hasta concluir sus estudios.
En estos momentos, Ibert va a casarse con Marie-Rose, y gracias a un milagro administrativo lo consigue. Su mujer proviene de una gran familia de artistas. Ella es escultora, su padre pintor y grabador de gran talento, su tío, autor dramático de éxito y su hermano Michel, escribirá los textos y los libretos de varias obras a las que Jacques Ibert pondrá música (Perseo y Andrómeda, Angélica y Canción de cuna del pequeño cebú).
En febrero de 1920, Jacques Ibert se instala en la Villa Médicis. Su única obligación ahora allí, era la de componer al menos una obra importante al año.
En ese año compone La ballade de la geôle de Reading (La balada de la cárcel de Reading). El año siguiente concluye una ópera en dos actos, Persée et Andromède, además de Trois chansons de Charles Vildrac (Tres canciones de Charles Vildrac). En 1922 escribe Escales (Escalas) e Histoires (Historias) para piano, a las que añade, para completar, los Deux Mouvements (Dos tiempos) para cuarteto de viento. En 1923, Jeux (Juegos), sonatina para flauta y piano, seguida de un ciclo de melodías, La verdure dorée (La hierba dorada). Pero éstas no son bien recibidas por el público y la prensa que tachan a Ibert de “modernista” y de no cumplir con el estilo academista.
Aun así, el francés no se deja amedrentar y continúa escribiendo. Quiere seguir siendo fiel a su estilo, pide que escriba la música para su obra Le jardinier de Samos (El jardinero de Samos) y así entablar lazos con el mundo del teatro.
Por motivos económicos, la comedia no puede representarse pero sí su música, que fue interpretada en forma de suite (y así sigue interpretándose) para flauta, clarinete, trompeta, violín, violoncello, tambor y tímpano.
También en este año compone Deux chants de Carnaval (Dos cantos de Carnaval), para tres voces iguales, que evocan, al mismo tiempo, a los charlatanes y vendedoras ambulantes de piñas. La salud del músico está algo resentida y se instala en Houlgate, en Normandía. Aquí compone Féerique, para gran orquesta, a petición de Gabriel Pierné.
Al año siguiente Ibert busca el aire puro de Gran Bretaña y se instala en Audierne donde escribe Stèles orientèes (Estelas orientadas), comedias dramáticas para una voz y flauta sobre poemas de Víctor Segalen. También orquestará Encuentros y compondrá su primer concierto para violonchelo solista y diez instrumentos de viento. Pero ésta no fue bien acogida por el público por, según ellos, apartarse de las normas tradicionales.
Entre 1926 y 1931, dentro de sus obras teatrales, compondría las obras que asentarían su reputación:
- Angélique (Angélica), farsa en un acto
- Le Roi d’Yvetôt (El rey de Yvetôt), ópera cómica en cuatro actos
- Gonzague (Gonzaga), ópera bufa en un acto
- Un chapeau de paille d’Italie (Un sombrero de paja de Italia), suite que en 1930 recibirá el sencillo nombre de Divertissement.
- Donogoo-Tonka, que se transformará en la Suite sinfónica París 32.
- También citar las famosas Tres piezas breves, para flauta, clarinete, trompa y fagot, obra muy presente en los quintetos de viento y Aria, de la que existen más de quince versiones vocales o instrumentales.
Ibert consigue al fin poner un punto de tranquilidad y felicidad en su vida. Pero eso no es todo. En 1934, le encargan Diana de Poitiers, ballet al estilo y moda del siglo XVI, que el compositor convierte en un éxito.
Conocemos la simpatía del músico hacia el mundo del espectáculo, de ahí su vinculación con el cine y el teatro. Por eso no es de extrañar que Georg Wilhelm Pabst, un realizador cinematográfico, pidiese a Ibert que pusiera música a una película: El Quijote. Film que se estrenaría en 1933, de la cual se hicieron tres versiones: una en francés, otra en inglés y otra en alemán.
Otra obra, aplaudida sobre todo por los flautistas es el Concerto para flauta y orquesta, dedicado a Marcel Moyse, estrenada por éste en la Sociedad de Conciertos del Conservatorio de París, bajo la dirección de Philippe Gaubert, el 25 de enero de 1934.
Poco más tarde, a petición de un joven saxofonista danés, Sigurd Rascher, Ibert escibirá un Allegro con moto para este instrumento. Tal es el éxito que Ibert compone además un Larghetto y un Animato molto y lo convierte en Concertino da camera para saxofón-alto y once instrumentos. Ibert daría un papel más privilegiado al saxofón a partir de entonces. Por ello en la actualidad, los grandes saxofonistas poseen al menos una obra de Ibert en su repertorio.
En 1936 compone Pieza para flauta solista que se convertiría en una obra maestra del género, a la altura de otras composiciones análogas de Debussy, Roussel y Honegger.
Al año siguiente compone también Intermedio, para flauta o violín y arpa o guitarra, obra que seduce a instrumentistas de todo el mundo y le proporcionará un elevado renombre.
Jacques Ibert se confiesa un entusiasta de lo quijotesco y en ese mismo año compone El caballero errante, con guión de Alexandre Arnoux. Fue Ida Rubinstein, gran artista y mecenas, quien solicitó en principio esta obra en 1935. Arnoux e Ibert nos presentan a un Quijote como un verdadero héroe, que triunfa sobre sus adversarios. Pero el espectáculo llega con quince años de retraso. Hasta el 26 de abril de 1950 no fue estrenada la obra en la Ópera de París, con una admirable coreografía de Serge Lifar.
El músico también tiene tiempo para acordarse de los niños y escribe una Pastoral, para flauta pastoril.
Numerosas fueron también las colaboraciones que realizó con su amigo Arthur Honegger, unidos desde su primer encuentro en el Conservatorio. Juntos firmaron la ópera L´Aiglon (El aguilucho) encargada por Raoul Gunsbourg (director de la ópera de Montecarlo, además de empresario, compositor y escritor), y Les petites Cardinal (Las pequeñas Cardinal), una opereta que en tiempos de guerra, el público no llegó a comprender. Respecto a la música de la obra 14 de julio, pieza en tres actos de Romain Rolland estrenada en 1936, Ibert escribió la obertura y otros seis compositores (Auric, Honegger, Koechlin, Lazarus, Milhaud y Roussel) se encargaron de una parte diferente. Lo mismo sucedió al año siguiente con Libertad, gran evocación dramática en la que trabajaron cuatro autores y compositores y, entre ellos, Ibert y Honegger.
En 1939, Gunsbourg propone de nuevo a estos dos compositores una tercera colaboración. Se trataba de una ópera basada en la obra Vida de las damas galantes de Brantôme, escritor francés. Pero el estallido de la guerra hizo que ésta nunca viera la luz.
Ibert, convertido en Oficial de Marina, alberga alguna posibilidad de seguir dirigiendo la Villa Médicis, pero las relaciones franco-italianas pronto se deterioran. Así, el 10 de junio de 1940 Mussolini declara la guerra a Francia y al día siguiente Ibert tiene que abandonar la Villa Médicis acompañado por los suyos en un coche de policía. “Volveré, pero en otro automóvil”, se contenta en decir a sus amigos italianos.
Tres meses antes, en este clima tenso, de incertidumbre y angustia, Ibert ha conseguido, sin embargo, terminar su obra Obertura de Fiesta. La escribe por encargo del Gobierno francés para homenajear al príncipe Togukava, con motivo del 2600 aniversario de la fundación del Imperio japonés. Obra en la que el compositor describe dos ambientes contrapuestos: la fiesta y la guerra. Su gran amigo Honegger la compara a las grandes toccatas de J.S. Bach.
Una semana más tarde después de haber sido expulsado de Italia, Jacques Ibert llega a Bordeau e intenta alistarse en una unidad de combate. Pero el francés, que rehúsa colaborar con los alemanes tiene que esconderse. En octubre de 1942, se refugia en Suiza, donde cae gravemente enfermo. Al año siguiente regresa a Francia y, con ayuda de sus amigos, se instala en la Alta Saboya donde se han organizado grupos de resistencia. En agosto de 1944 el nuevo Gobierno francés le invita en ponerse a su disposición e Ibert regresa a París donde le ofrecen cargos elevados en funciones artísticas y administrativas. Pero su único deseo es regresar a Roma, lo que no le será concedido hasta 1946. Hasta el fin de la guerra Ibert organizará su trabajo entre su casa de Versailles y el castillo de Fontainebleau, donde provisionalmente se ha instalado la Academia de Francia, esperando la reapertura de la Villa Médicis.
Durante este doloroso período Ibert ha compuesto poco pero lo ha hecho intensamente, sobre todo a lo que concierne a dos de sus obras maestras: en 1942 termina el Cuarteto para instrumentos de cuerda, que había iniciado en Roma en 1937 y dedicado a su hijo Jean-Claude.
Y entre 1943 y 1944 compone Trío para arpa, violín y violoncello, dedicado a su hija, arpista, que fue la promotora y quien estrenó la obra. Cabe también recordar una obra contemporánea, que aunque fue compuesta para piano, resulta difícil de encasillar. Hablamos de una Pequeña suite en quince imágenes, que es un álbum para niños. “Para los niños grandes”, rectificó Ibert, pues a pesar de la aparente sencillez de su composición, requiere de una madurez para su comprensión auditiva.
Las imágenes, por orden son: Preludio, Ronda, El alegre viñador, Nana para las estrellas, El caballero sin miedo, Parada, El paseo en trineo, Romanza, Contradanza, Serenata sobre el agua, La máquina de coser, El adiós, Los azafranes, Primer baile, Danza del cochero.
En estos momentos de gran inquietud, Ibert decide esconderse en el teatro. No desea que la trágica realidad que le rodea se plasme en sus obras, así que la música de escena será ahora su aliada.
En 1942, la condesa de Lily Pastré que daba refugio en su castillo de Montredon a artistas censurados organiza un espectáculo de calidad con los pocos medios que disponen. La elección del tema recae sobre El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, e Ibert se encargaría de la música. Sólo se hará en privado, para el placer de los propios artistas, pero el músico lo transformó en una suite instrumental y vocal para concierto para poder hacerlo público. Recibió el título de Suite Elisabethaine y fue estrenada en 1945 en los Conciertos Oubradous y grabada poco después por la Orquesta Sinfónica de Viena.
Más tarde también compondría La trágica historia del doctor Fausto, música para una obra radiofónica, Mefisto y Palmira, Efervescencia, y Barba Azul, ópera bufa radiofónica, de la que posteriormente obtendrá Dos canciones de Melpomeno, para soprano y clavecín, y el Quinteto del miedo, para una voz y piano.
Ibert regresa al mundo shakesperiano dos años más tarde con Antonio y Cleopatra. Fue el célebre actor y director francés Jean-Louis Barrault quien le propuso ponerle música a este drama.
Ya en 1947, Orson Welles acudió a Ibert para pedirle que pusiera música a su nueva película: Macbeth. El productor quedó tan satisfecho con el trabajo del francés que no dudó en encargarle que compusiera la música de su Otelo (película que no se estrenaría hasta cinco años después).
Terminada la guerra, Ibert se lanza a la composición de un ballet mitológico, lleno de buen humor: Los amores de Júpiter. Fue estrenado el 9 de marzo de 1946, con un éxito considerable por parte del público, tanto debido a la presentación escénica y coreografía como por la música pintoresca de Ibert.
Por aquel entonces escribió también la música de escena para la obra de Suzanne Lilar, El burlador, de la que se extraerán los Dos interludios para flauta, violín y clavecín (o arpa) que ocuparán un destacado lugar en su catálogo de música instrumental.
Algunos meses después Jacques Ibert regresa a Roma. Allí recibe invitaciones de algunos países hispanoamericanos que desean recibir al embajador cultural de Francia como al director de orquesta, pero la reorganización de la Villa Médicis le impide aceparlas inmediatamente. No podrá viajar a América del Sur hasta el verano de 1948. Esta gira resulta muy afortunada ya que Ibert triunfa en Buenos Aires. Allí dirige varios conciertos, en cuyos programas aparecen los nombres de sus amigos Ravel, Roussel, Poulenc y Milhaud y también la representación de Angélica que hace la número mil en todo el mundo. Ibert regresa a Versailles y después a Roma, muy fatigado. De hecho, no consigue recuperar buena salud. Al contrario, empeora, hasta el punto de que en octubre de 1949 su estado es tan crítico que se le administra la Extremaunción. Y, sin embargo, continúa con su trabajo habitual. Consigue terminar una de sus obras maestras, la Sinfonía concertante, que había iniciado el año anterior en Roma. Y por si fuera poco compone el “Tombeau de Chopin”, un estudio-capricho para violonchelo.
En julio de 1950, el músico consigue restablecerse de su debilitada salud y se embarca hacia los Estados Unidos donde permanecerá hasta el mes de septiembre. Koussevitzky (director de orquesta ruso) le pide que se haga cargo de los cursos de composición del Berkschire Music Center de Tanglewood, donde han sido profesores Stravinsky, Honegger, Milhaud, Copland,
Messiaen y muchos otros músicos célebres. Su ópera cómica El rey Yvetôt se monta por primera vez en Estados Unidos con una orquesta y un cuadro de actores compuesto exclusivamente por estudiantes. Además, Ibert consigue trazar lazos con las más célebres formaciones de música popular y de música de jazz. Este viaje influirá en su producción durante cuatro años, puesto que dedicará su tiempo en satisfacer los encargos que ha recibido de los americanos, tanto en el terreno sinfónico e instrumental como en el coreográfico y cinematográfico.
Uno de estos encargos es el de Ruth Page, quien le encarga, en 1950, para sus ballets de Chicago, The triumph of Chastity, o El unicornio. O el de Gene Kelly, famoso bailarín y coreógrafo que pide al músico que componga la partitura de uno de los tres ballets que han de integrar su película Invitation to the dance.
En ese mismo año 1950, Jacques Ibert logra terminar un triple encargo de “The Serge Koussevitzky Music Fondation in The Library of Congress in Washington”. Se trata de tres piezas instrumentales que se presentan como grandes páginas de música de cámara en las que el instrumentista puede dar rienda suelta a su temperamento musical y a su técnica. Estas piezas son: Impromptu para trompeta y piano, Ghirlarzana para violonchelo solo y Caprilena para violín solo.
El 29 de octubre de 1952, Jacques Ibert vive el drama más espantoso de su vida. Su hija ha muerto accidentalmente. La tristeza lo inunda por completo. Pero le hace frente, y sigue componiendo aunque esa pena la llevaría siempre con él, hasta el día de su muerte. Al año siguiente, Ibert entrega a Louisville, en Kentucky, una importante partitura sinfónica que se le había solicitado para la orquesta de la ciudad. Se trata de Louisville-Concert. Un concierto para orquesta lleno de color ambientado en un clima de fiesta.
Pero Jacques Ibert empieza a echar de menos “su música francesa”. Compone entonces, entre 1951 y 1954, A todas las glorias de Francia para el castillo de Versailles. Para el castillo de Vincennes, Mil años de historia de Francia y para el castillo de Roberto el Diablo, El Caballero de Hierro, pieza de la que se extraerán dos deliciosas melodías: Romance de Florinde y Canción de cuna de Galiane.
En 1954 Ibert recibe en la Villa Médicis a Gérard Michel, escritor y periodista por encargo de la Radiodifusión francesa. Al año siguiente, al regresar de una gira por Egipto, el Gobierno francés le pide que se haga cargo de la Ópera de París, que por aquel entonces (debido a una gran crisis artística y administrativa) se encontraba en peligro. Ibert acepta pero a cambio establece dos condiciones: que una vez reestablecida dejará el cargo y que no le priven de sus responsabilidades al frente de la Academia de Francia en Roma. Así pues, Ibert regresa a París y el 1 de octubre de 1955 es nombrado administrador general de la Unión de Teatros Líricos Nacionales, cargo que ocupará hasta el retorno de Georges Hirsch en abril de 1956.
El 27 de noviembre de 1955, Arthur Honegger sucumbe tras una larga enfermedad. El fallecimiento de su amigo es un nuevo golpe para la salud. Sin embargo, y una vez más, Jacques Ibert no se amedrenta.
El 6 de junio de 1956 es nombrado miembro del Instituto de Francia mientras prepara la culminación de su obra Bacanal, escrita por encargo de la Radiodifusión de Gran Bretaña. Esta obra, estrenada bajo la dirección de Eugene Goosens, daría la vuelta al mundo bajo la batuta de los más prestigiosos directores. Unos meses después compone, en 1957, para la Radiodifusión francesa un Homenaje a Mozart.
En 1960 Jacques Ibert decide que ha llegado la hora de retirarse. Tiene setenta años. Un Ibert fatigado se despide de la Villa Médicis en Roma y regresa a su casa de Versailles en París. Allí su salud sufre una recaída de la que se recupera y se instala en su domicilio de París. Es aquí cuando el 5 de febrero de 1962, poco antes de medianoche, fallece víctima de un ataque al corazón.
Al año siguiente de la muerte de Ibert, aparecen dos obras póstumas suyas: el primer tiempo de su Sinfonía nº2, inconclusa, y la Sinfonía marina. Charles Münch, director de la Orquesta de París y gran amigo de Ibert quiso honrar su memoria dirigiendo estas dos obras.
De la Sinfonía marina cabe mencionar que había permanecido inédita desde su composición en 1931. El músico no había querido que esta obra fuese interpretada durante su vida. El porqué es un misterio.
Once años más tarde de la muerte de Ibert, en 1973, dos importantes partituras salen de nuevo a la luz. Se trataba de The triumph of Chastity, partitura aún inédita del ballet representado en Chicago en 1950, y de Tropismos para amores imaginarios, partitura absolutamente desconocida y la última que Ibert habría escrito.
PIECE POUR FLUTE SEULE
Fue escrita por Jacques Ibert en 1936. En estos años, el músico se centra en la música de cámara, en especial para instrumentos de viento. Así nace esta obra, que pronto formaría parte del repertorio de todo flautista.
GÉRARD MICHEL (1981) asegura que”… la Pieza para flauta solista, andante, es una obra maestra del género, que se sitúa a la misma altura que las páginas análogas que firmaron Debussy, Roussel y Honegger.”
Además de los aspectos que ya hemos mencionado en el apartado anterior, podemos extraer de la Piéce pour flute seule lo siguiente:
Su esquema es sencillo A-B-A: Andante-Vivo-Andante ´
Andante (A)
Podemos dividir esta sección en dos partes principales:
a) Lo inicia con una introducción corta que nos genera tensión debido a los cromatismos que utiliza (Compases 1-15).
b) Llegamos al Tema principal, que lo reexpone a continuación con una variación melódica sin variar ni un ápice el ritmo (Compases 15-43).
Si extraemos las notas de esta melodía, podemos percatarnos que está basada en la escala de re bemol mixolidio, escala muy empleada en el jazz (Compases 43-51)
Vivo (B)
Podemos dividir esta sección en tres partes:
a) Se inicia con dos cadencias, siendo la segunda una variación de la primera (Compases 52- 55).
Utiliza un puente para llegar a la siguiente parte (Compases 56-58).
b) Utiliza ahora un material nuevo que concluye con un enlace que nos lleva a la siguiente parte (Compases 59-70)
c) Emplea valores irregulares como el seisillo, septillo y novecillo para otorgar una línea ondulante al sonido. Seguidamente utiliza una cadencia para preparar el final de esta parte (Compases 71-78).
Andante (A’)
Reexpone el tema principal en una octava más alta y añade variaciones a éste. Al igual que en la sección A utiliza el tema “variado” y hace añade además, variaciones sobre éste (Compases 79-109).
Utiliza la misma preparación que utilizó en la sección A. A continuación prepara el final (Compases 110-124).
Estrella Ortín Martínez