Juan Carlos Lax.
Profesor de piano, conjunto e improvisación en el C.P.M “Francisco Guerrero” de Sevilla.
Año 2870. Desde que el mundo se fue a la mierda allá por el año 2840, nada es como antes; o al menos eso cuentan los que sobrevivieron.
Paseo sin rumbo sobre lo que antes fue una gran avenida repleta de árboles. Llena de vida.
Hoy no hay nada. Solo yo y mis pensamientos. Existo; menos mal, porque a veces pienso que soy un fantasma deambulando entre la nada.
Entre las ruinas atisbo lo que antes fue una mansión. Está semiderruida. Seguro que perteneció a alguna persona distinguida.
Vivo solo y no hablo con nadie porque no hay con quién hablar. Los pocos que quedaron se fueron de aquí a buscar mejor vida decían, como si la hubiera. Pobres diablos.
Me animo a entrar. Todo está patas arriba. Esto es un caos absoluto, pero al menos me resguarda del calor implacable de afuera. No sé los meses que lleva sin llover. Ya perdí la cuenta.
Me alimento de comida sintética que quedó a salvo en grandes cantidades después del apocalipsis, pastillas sobre todo. El agua ya es otra cosa. Se me está agotando y no sé qué voy a hacer.
Estoy en una especie de salón -o al menos lo que queda de él-, y en una de las esquinas distingo una especie de aparato que llama mi atención. Me acerco y miro con interés. No sé qué es.
Llegué a este mundo en el año 2840, unas horas antes de la hecatombe. Llegué de forma artificial. La ciencia había “avanzado” tanto que en los laboratorios se creaban niños a gusto del consumidor. Nadie llegó a tiempo para adquirirme. No sé quién soy realmente.
Una mujer mayor me recogió de entre los escombros. Se llamaba Luna. Todo lo que sé del mundo anterior al desastre lo sé por ella. Murió hace diez años. Estoy solo desde entonces.
Lo observo con detenimiento. Es una especie de cuadrado muy plano, pequeño, de color negro. Acerco mi mano sin tocarlo y emite un pequeño zumbido. Quedo sorprendido.
Luna me contaba que la tecnología antes del cataclismo era increíble. Sofisticados programas informáticos controlaban el mundo. Se hacían viajes incluso a Marte…pero todo sucedió tan rápido…
Sin esperarlo, el pequeño aparato se ilumina y se configura en la parte superior un texto que dice lo siguiente: Intermezzo in A op. 118 nº 2 de Johannes Brahms (1833-1897) Piano: Ivo Pogorelich. Año de grabación 1992. Deutsche Grammophon (DG)
Se empieza a escuchar un sonido que no había oído antes. Está claro que este artilugio sobrevivió a la catástrofe.
No tenía ni idea de quién era Brahms ni Pogorelich. Me imaginé que aquello que sonaba era un piano; pero entonces sucedió lo inimaginable. En mi triste vida jamás había oído algo parecido. Todos mis sentidos despertaron del letargo en el que estaban. Aquello que sonaba era música.
Luna me había hablado de ella, pero nunca pude escucharla porque no quedó nada que escuchar.
La catarata de emociones y sentimientos que envolvieron todo mi ser era solo comparable a la infinita belleza de aquella música.
Y entonces lo entendí todo. Entendí que el ser humano es bueno por naturaleza. Que el amor debía mover a este asqueroso mundo y que no podíamos volver a cometer los mismos errores.
Había que volver a empezar.
Terminó la música y por mi mejilla corría una lágrima. Era la primera vez que lloraba.