En este nuevo artículo sobre Gabriel Fauré, conoceremos más de cerca su estilo, características principales y biografía.
Su estilo, tanto armónico como melódico, siempre buscaba ir más allá. No le gustaba seguir las tendencias de la época. Así, la música del francés siempre destacó sobre las demás.
La música de Fauré, a diferencia de otros muchos compositores, no puede catalogarse por sus estilos (inicial, de madurez y tardío) puesto que su música ha permanecido bastante estable desde sus inicios. AARON COPLAND (1924) lo corrobora diciendo que “los temas, las armonías, la forma, todo ha permanecido esencialmente igual, aunque en cada obra nueva se vuelven más frescos, más personales, más profundos”.
Según TEÓFILO SANZ HERNÁNDEZ (1997), la música de Fauré podría resumirse en tres características:
- Utilización de motivos rítmicos sutiles y repetitivos.
- Uso magistral de las modulaciones, cromáticas e inesperadas.
- Estilo musical “místico”. Hacia una etapa más madura (1906-1910), se cree que Fauré adoptó este estilo utilizando alteraciones de forma que la música comunicase sentimientos.
A través del empleo de leves disonancias sin resolver y efectos coloristas, se anticipó a las técnicas empleadas por compositores impresionistas.
Si recordamos la atracción que sentía Fauré por compositores como Chopin o Wagner, nos será fácil establecer una “conexión” entre ellos, ya que éstos según palabras de HEREDIA VÁZQUEZ (2005), “empezaban a experimentar con nuevas relaciones entre acordes”.
Se podría por tanto, considerar a Fauré como uno de los precursores de la música de Debussy y Ravel, “en lo que concierne a refinamiento, originalidad y elegancia de la línea melódica, de la instrumentación y de la armonización”, según ZAMACOIS (1986) o en tanto en a las primeras manifestaciones del impresionismo musical.
En sus últimos años, Fauré desarrolló técnicas compositivas que señalaban a la música atonal de Arnold Schoenberg y, más tarde a las técnicas del jazz.
INFLUENCIA DE FAURÉ SOBRE IBERT Y ENESCO
El musicólogo Henri Prunières afirmó: “lo que Fauré desarrolló en sus alumnos fue una sensibilidad armónica exquisita, el amor de las líneas puras, de modulaciones inesperadas y coloridas; pero nunca les alabó por conocer y comprender su estilo y ese es el motivo de que todos ellos buscaran sus propias formas o estilos en muchas direcciones, a veces a menudo, opuestas”.
Tal y como lo hicieron con él en la escuela de Niedermeyer, Fauré animó a sus alumnos a que experimentaran con la música, que buscaran su propio estilo, que no se dejaran llevar por las modas de la época. Es por ello, quizás, que Fauré se convertiría en una de las figuras claves de la música francesa.
En la música de Georges Enesco podemos encontrar varias similitudes con la música de Fauré.
El compositor rumano fue alumno de éste durante los años 1895 a 1899 y en concreto, en su obra “Cantabile y Presto” podemos encontrar elementos que indican una clara influencia del compositor francés. Además, Enesco, considerado como un compositor “nacionalista”, reniega de ese estilo para componer típicamente música francesa, aunque no siempre será así.
Una de las características influyentes que encontramos son los motivos rítmicos repetitivos. En el segundo movimiento “Presto”, explota el motivo inicial de la obra con el recurso de las semicorcheas, picadas y en contraposición después ligadas para darle un ritmo constante a la obra. Es un recurso que utiliza en contadas ocasiones; a veces con notas alteradas para ofrecer un color distinto.
Como ya se mencionó anteriormente, una de las características de la Escuela Francesa fue utilizar las escalas hexatónicas y octatónicas, además de las de tonos enteros.
Como la escala octatónica y la escala de tonos enteros, la hexatónica son simétricas, lo cual solo admiten cuatro posibles combinaciones. L a escala hexatónica puede comenzar por cualquier tono y enarmonizarse. Se forma con: medio tono, 3ª m, medio tono, 3ª m y medio tono.
El uso de las escalas hexatónicas ofrecen una sensación de desapego de la tonalidad.
Como podemos ver a continuación, el uso de esta escala, le confiere al pasaje un final melancólico, nostálgico.
Otro recurso que utiliza Enesco, tal como lo hacía su maestro, era utilizar a menudo las modulaciones para producir diferentes sensaciones en el oyente.
Además, en diversas ocasiones las realiza cromáticamente para que la sensación sea aún más intensa, más rápida.
Al analizar la obra de Ibert “Pieza para flauta sola” advertimos varias similitudes con la técnica de Fauré.
Una de ellas es el recurso que utiliza Ibert de repetir un motivo, en este caso musical.
Otra característica es el uso de las modulaciones, que pueden apreciarse constantemente durante toda la obra. Ibert utiliza las alteraciones para llevarnos de una tonalidad a otra constantemente.
Un claro ejemplo se aprecia al inicio donde insiste repetidamente en la nota “re” haciendo hincapié en ella con formas ritmicas diferentes durante dos compases, para luego utilizar un préstamo de la tonalidad de Re b M y volver a continuación a la tonalidad inicial.
Otro ejemplo se aprecia hacia el final del Andante, donde partiendo de la tonalidad de Re b M hace un préstamo de la tonalidad de Re M para volver rápidamente a su tonalidad.
Por último, utiliza esta modulación para hacer de enlace al Tempo primo.
Como ya se ha comentado anteriormente la Escuela Francesa gustaba de usar las escalas de tonos enteros, hexatónicas y octatónicas. La escala octatónica es una escala formada por ocho notas que alterna tonos y medios tonos.
Existen 3 tipos de esta escala. Puede comenzar desde cualquier tono pero tiene que ajustarse a uno de sus tres tipos. Se basa en: tono, medio tono, tono, meio tono, tono, medio tono y tono. Es una escala muy flexible, contiene intervalos menores, mayores y disminuidos, y es por ello que a los compositores les gusta emplearla en sus partituras.
En este caso, Ibert emplea esta escala al principio de la obra como introducción antes de llegar al tema principal para otorgar a la pieza un arranque evocador.
Tal como afirma Gérald Michel (1981) Ibert, en sus inicios, escribe Le jardin du ciel (El jardín del cielo) y Elle avait trois couronnes (Tenía tres coronas). En ellas, explica que puede verse el estilo de Fauré, aunque éstas son poco impresionistas.
Cuando Ibert solo contaba con unos pocos años de vida, Debussy estrenaba la que sería la primera obra representativa de la música impresionista: “Prélude à l’après-midi d’un faune” (Preludio a la siesta de un fauno) en 1984. A partir de entonces, otros como Ravel o Satie, se contagiaron de ésta y éste género tuvo una expansion rápida.
Una de la característica de esta música es la de emplear rubato, un tempo más libre. En el caso de la Pièce pour flute seule, Ibert recurre a un esquema muy simple: A-B-A.
Además, juega con la indefinición y la subjetividad dejando libertad al oyente para adquirir nuevas sensaciones. Así en esta obra Ibert indica “a piacere”, para dar una autonomía al ejecutante a la hora de su interpretación.
BIOGRAFÍA DE GABRIEL FAURÉ
Gabriel Fauré nació el 12 de mayo de 1845 en Pamiers-Ariége, en Francia, en el 17 de la rué Major. Hijo de Toussaint-Honoré, un humilde maestro de escuela y de Marie-Antoinette-Hélène Lalène-Laprade. Nada en su familia podía estimularle a la carrera musical. Su bisabuelo y abuelo habían sido carniceros y por parte de madre, su abuelo había sido capitán en los ejércitos del Imperio. Su apellido, Fauré, provenía del antiguo oficio del herrero, que junto al fabricante de harinas son los que predominaban en la región. Pero nada de eso llama la atención del francés.
A la edad de cinco años, su padre fue nombrado director de la Escuela Normal de Montgauzy.
Un viejo convento se había convertido ahora en un gran caserón y fue en su capilla donde Fauré estableció su primer contacto con la música. Le llamó la atención un instrumento que juró aprender a tocarlo: el órgano.
Su perseverancia y sus cualidades innatas hicieron de él un pianista aceptable a la edad de siete años. M. de Saubiac, diputado por el departamento de Ariége, que lo había escuchado tocar, aconsejó a su padre que lo matriculara en la escuela de música de París, fundada por Louis de Niedermeyer. Así, a la edad de nueve años Fauré marcha a la capital e ingresa en la Escuela de
Música clásica y religiosa de París que formará musicalmente, sin saberlo, a un genio de la música.
En la École Niedermeyer de París el joven músico aprendió latín, historia, geografía y literatura, y por supuesto, música. De entre estas materias Fauré sólo sobresalió en música pero destacó sobre todos los demás recibiendo además algunos premios como el Premio de solfeo (1857), Segundo Premio de armonía (1860), Premio de excelencia de piano (1862) y el Primer Premio de composición (1865).
Su profesor de órgano fue Clement Loret, Wackerthaler se ocupó de su enseñanza en las materias de contrapunto y fuga, la armonía corrió a cargo de Aristide Dietsch y canto, piano y composición con Louis Niedermeyer. Tanto éste como Gustave Lefevre fueron dos excelentes maestros, abiertos en la enseñanza y liberales con las necesidades de cada uno de sus alumnos, lo cual le venía de perlas a una personalidad como la de Fauré, abierta y antidogmática.
En marzo de 1861 muere Louis Niedermeyer y es sucedido por Lefevre en la dirección de la escuela y por Camille Saint-Saëns como profesor de piano. Fauré además de poder ser influenciado por las técnicas del maestro forjaría una amistad con él hasta la muerte de éste en 1921.
Sus primeras composiciones fueron escritas en la citada escuela son para voz y piano. En estas obras ya se puede intuir a un Fauré original, que despunta sobre los demás con su música tan característica.
Aquí permanecería durante once años, donde estuvo becado por esta institución al reconocer el propio director que Fauré poseía un talento para la música.
Gabriel Fauré en 1868:
A la edad de 20 años termina aquí sus estudios y busca alguna plaza para trabajar de organista.
Y la encuentra en Rennes (París) donde le ofrecen ser titular de la iglesia de San Salvador.
Ese mismo año es invitado por su amigo Saint-Saëns, junto a otros músicos, a hacer una peregrinación a Sainte-Anne-la-Palud y dos años más tarde acompañaría al piano a la cantante
Miolan Carvalho en la que se interpretaría alguna canción del músico.
Pero Fauré quiere más. No se conforma con un puesto de organista en un lugar perdido de
Francia así, que en la primavera de 1870 parte hacia París. Allí encontrará trabajo como organista en la iglesia de Notre Dame de Clignancourt.
En el mes de julio con la guerra franco-prusiana recién estrenada Fauré se enrola en el ejército y al año siguiente conoce, casualmente a André Messager, su primer discípulo y con el que mantendrá una larga amistad durante toda su vida.
Fauré logra la medalla militar y es nombrado organista de Saint Honoré dEylan en París. Poco después, tras la muerte de Charles-Marie Widor, ocuparía su cargo como organista del coro de Sant Sulpice y finalmente trabajaría como maestro de capilla en la iglesia La Madeleine.
El 17 de noviembre de 1871 nace la Sociedad Nacional de música. Y Fauré, con la llamada de Saint-Saëns, pasa a formar parte de ésta junto a César Franck, Georges Bizet y Jules Massenet entre otros. Aquí estrenará algunas de sus primeras obras.
Fue de la mano de C. Saint-Saëns quien le atrajo a la casa de la cantante Pauline Viardot, lugar donde se celebraban reuniones de sociedad y sesiones musicales celebradas los jueves y domingos respectivamente. Aquí se mezclaba el mundo de las letras y la música y Fauré, bajo este ambiente tan artístico puso música a poemas de Víctor Hugo, Baudelaire y Gautier. Así como también le animó a componer canciones, dos de ellas dedicadas a dos de las hijas de Viardot, de inspiración italiana como la Serenata Toscana, Après un rêve (Después de un sueño), Tarantelle, la Canción del pescador y otras bellas melodías.
En París conoce a Camille Clerc, un rico industrial amante de la música y a su esposa Marie. A Fauré le gusta de ir a visitar a esta pareja y a sus cinco hijos y se contagia por ese clima tan familiar, tan lleno de cariño que él añora. En la finca de los Clerc Fauré escribirá algunas de sus obras maestras de juventud: Cuarteto con piano Op.15, la Primera Sonata en La mayor para violín y piano Op.13 y la Balada para piano Op.19.
Fauré, que sigue frecuentando la casa de Pauline Viardot, acaba enamorándose profundamente de una de sus hijas, Marianne. Sin embargo, el noviazgo no acaba bien y termina por sumir a Fauré en un profundo dolor y tristeza.
A finales de 1877 viaja a Weimar para asistir al estreno de Sansón y Dalila, compuesta por su querido amigo Saint-Saëns. Allí conocerá a Frank Liszt que no podrá intuir, quizás por su edad ya avanzada, la genialidad de Fauré.
Pero Weimar pretende ser el primero de muchos viajes de Fauré para entrar en contacto con la música del polémico Richard Wagner. En 1878 Fauré y Messager compondrán, para piano a cuatro manos una paráfrasis sobre los temas favoritos del “Anillo de los Nibelungos” después de haberse empapado de la música del alemán. Fauré admira a Wagner pero su influencia casi no se deja ver en sus obras, ya que sigue predominando su estilo francés. Durante ésta época de viajes a Alemania escribe Nell, Notre amour, Chanson d’amour, Aurore, Fleur jetée, Pays de rêves, el Poème d’un jour sobre tres poemas de Grandmougin, Rencontre, Toujours y Adieu.
Estas canciones corresponden a la segunda colección de melodías para canto y piano. Las más célebres serían Las rosas de Ispahan y Les Berceaux (Cunas).
Fauré se enamora de nuevo. Esta vez se trata de María Fremiet, hija de un escultor. Criada en un ambiente artístico, culta y sensible parece la mujer idónea para Fauré. El 27 de marzo de 1883 contraen matrimonio y fruto de este amor nacerían Emmanuel y Philippe. Ambos escogerían el apellido materno, Fremiet, como primer apellido por la aportación escultórica de su famoso abuelo.
El año 1883 es un buen año para él compositivamente hablando. Escribe Elegía para violonchelo, dedicada al violonchelista Jules Loéb. También compondrá las primeras obras para piano, los tres primeros Impromptus, la Mazurka Op.32, Barcarola Op.36, los tres primeros Nocturnos, los dos primeros Valses Caprichos y las primeras Romanzas sin palabras.
En el verano de 1985 año, fallece el padre de Fauré. La tristeza envuelve al compositor y la refleja en algunas de sus obras como en el Cuarteto con piano en Sol m, Op.45 y en otras para piano y violín o cello.
Más tarde le es otorgado el premio Chaitier por sus obras de cámara.
La ausencia de Toussaint-Honoré Fauré hace que su hijo se rodee de la música religiosa. Así escribiría una de sus grandes obras “Misa de Réquiem “op.48.
Entre los años 1888 y 1889 escribirá música para escena como Calígula o Shylock. Se tratan de las primeras composiciones que Fauré realiza sobre este género.
En 1891, un viaje a Venecia le ha inspirado para seguir escribiendo para canto y piano. Una de sus obras maestras en éste ámbito serán Clair de lune, Spleen, La rose, Larmes. En esta bella ciudad italiana también escribirá sus “Cinco melodías, Op.58”: Mandoline, Green, En sourdine, A Clymèney C’est l’extase.
Fauré empieza a sentirse fatigado. Debe trabajar en exceso para mantener a su familia, a pesar de sus esfuerzos no logra alcanzar la fama que él aspira, su trabajo le otorga unos ingresos bajos… todo hace mella en él. En una carta a una amiga le explica su necesidad de marcharse unos días, despejar la mente. Pero tendrá que conformarse con las salidas que, llevado por su amigo Saint-Saëns, harán a los salones artísticos más selectos de la capital parisina. Allí se dará a conocer el artista y se reencontrará con algunos amigos como Messager, Debussy, Ravel…
En 1892, el director del Conservatorio de París, Ambroise Thomas rechaza a Gabriel Fauré para ocupar la plaza de profesor de composición. A su vez, nombra a Théodore Dubois. En palabras del propio Ambroise: “¡Jamás! Si él es nombrado yo dimito”. Al parecer sus ideas musicales tan “innovadoras” no eran compartidas por la mayoría. Por su parte, Fauré será el nuevo inspector de enseñanza musical.
Sumado a este rechazo, Fauré también tendrá que asumir otro varapalo en su vida: su matrimonio. Su mujer, María, empieza a dar señas de su descontento. Se ocupa de la casa y sus dos hijos, pero no se siente valorada. Nunca acompaña a su marido en ninguna de sus reuniones, y menos cuando viaja. Tampoco comparte, ni es partícipe de la evolución de la música de su marido como lo harán Emma Bardac y Marguerite Hasselmans.
Desde 1890 a 1896 Fauré se dejó contagiar de la voz y la cultura de Emma Bardac, que en un futuro se convertiría en la mujer de Debussy. Así, en 1892 nacería el ciclo de canciones más importante que Fauré escribiría: “La bonne chanson”, basados en 9 poemas del poeta Verlaine, que apenas empezaba a darse a conocer. A pesar de rondar ya el medio siglo de edad, Fauré escribe estás páginas con una ternura, fragilidad y finura, propia de un joven enamorado.
Algunas de sus mejores obras para piano son de ésta época, como su sexto Nocturno, su quinta Barcarola o el magistral Tema y variaciones.
Ambroise Thomas, el hasta entonces director del Conservatorio de París, fallece el 12 de febrero de 1896. Jules Massenet aspira a conseguir ese puesto pero será Dubois quien lo logrará.
Massenet decide dimitir por lo que él considera un atropello.
Este embrollo acabará beneficiando a Fauré. El puesto de Massenet ha quedado vacío y se piensa en Fauré para ocuparlo. Por otra parte es nombrado organista titular de la Madeleine.
La actividad que Fauré, a partir de entonces, realizará como profesor de composición se considera trascendental para entender la evolución de la música francesa. George Enesco, Nadia Boulanger, Roger Ducasse y otros tantos pasarán por sus aulas. E incluso para otros que no lo hicieron como Honegger, Dukas o Albéniz reconocen su influencia.
Fauré continuará compartiendo su labor de profesor con la de compositor. Una de estas obras, Peleas y Melisande, se convierte en una obra cumbre. Fauré se trasladará a Londres para dirigirla en 1898.
Seguirá componiendo obras pianísticas: Barcarolas y Nocturnos y en el año 1900 estrenará Prometeo sobre el drama de Lorrain y Hérold.
Su música parece volverse más indefinida, modulante. Su estilo se acerca más al modernismo.
En 1903 estrenará sus Piezas breves, op.84 y colabora en el diario Le fígaro como crítico musical. También, durante su viaje a Suiza en verano escribirá su Quinteto para piano, op.89.
Desgraciadamente, en este mismo año le diagnostican una enfermedad en el oído, hecho que le marcará hasta el final de sus días.
En 1905 Ravel es rechazado para el Premio de Roma. El escándalo vino porque era la cuarta vez que se presentaba y en esta última prueba había sido eliminado en las pruebas previas. Éste hecho llegó a la prensa y provocó la dimisión de Dubois como director del Conservatorio. El cargo sería ocupado por Fauré con asombro e indignación de unos y otros.
Esta nueva etapa de Fauré al frente del Conservatorio supondría un cambio radical en cuanto a la manera de gestionarlo. Otorgó un aire nuevo a la tradicional institución de Dubois. Entre otras medidas, invitó a Debussy, Vicent d’indy o Albéniz. A éste le uniría una gran amistad que lo llevó en 1908 a ir a Barcelona para asistir a los tres conciertos que su amigo había organizado para difundir su obra. Fue en esta ciudad española donde se enteró de su nombramiento como miembro de la Academia de Bellas Artes de París. Allí Mompou quedará influenciado por el francés al escucharlo al piano.
Entre 1907 y 1913 Fauré se centra en la creación de una ópera: “Penélope”. Fue la cantante Lucienne Breval quien le propuso la idea y el hecho de que la historia tratara sobre Ulises y Penélope, él que era un gran amante del mundo clásico, le convenció de sobremanera. El encargado de escribir el libreto fue Rene Fauchois en el cual Fauré trabajó de manera incansable durante seis años. Fue estrenada el 4 de marzo de 1913 en Montecarlo donde fue gratamente recibida por el público.
Mientras, en 1909 un grupo de compositores provenientes de la “Société Nationale de Musique” formaron un nuevo grupo: la “Société Musicale Indépendante” de la cual Fauré acepta su presidencia.
Y un año más tarde, en 1910 estrenaría su ciclo de canciones bajo el nombre de La chanson d’Eve sobre poemas del belga Charles van Lerbergue con la cantante Jeanne Raunay a la que estaba dedicado.
La pérdida de oído que le acusa no interfiere en absoluto en sus labores de compositor aunque trabaja, según sus palabras “como si tuviera que abrir, en cada obra, una pesada puerta”.
Escribe pues sus Barcarolas, Nueve Preludios, los Nocturnos y el Impromptu Op.102.
En 1914 llega la fatídica Primera Guerra Mundial. Cuando estalla, Fauré se encuentra intentando encontrar cura para su sordera, que cada día se vuelve más acuciante. En París continúa ejerciendo su labor como director del Conservatorio angustiado por su hijo, que se encuentra en el frente. De esta época surgen la Segunda Sonata para violín y piano, la Primera Sonata para violoncello, la Fantasía para piano y orquesta, Nocturno en mi menor 0p. 107, la Barcarola Op.106 y el ciclo de canciones Jardín clos.
Su sordera va en aumento, así, en 1920 el ministerio solicita la inadmisión de Fauré, y éste, con mucho dolor no puede hacer otra cosa que renegar de su cargo. Como recompensa por sus tantos años dedicado al Conservatorio se le concede la Placa Oficial de la Legión de Honor. Pero Fauré espera una remuneración, un sueldo con el que pasar sus últimos años de vida como agradecimiento a sus 28 años de colaboración con el Conservatorio. Pero ésta no llegaría.
Ahora ya puede dedicarse plenamente a la composición. Y así, un año más tarde, estrena Masques et Bergamasques además de sus últimas obras pianísticas: la Segunda Sonata para violoncello y piano, el Segundo Quinteto de piano, la Barcarola en Do Mayor, el Canto funerario en el que conmemora los cien años de la muerte de Napoleón, su último ciclo de cuatro canciones titulado L’Horízon chimérique y el Trío Op. 120. En el Nocturno en Si m, Op. 119, obra maestra del francés por el uso delicado y refinado que hace de la armonía, Fauré refleja su tristeza y resignación. A sus 76 años de edad se encuentra solo, sordo y prácticamente pobre.
En 1922, uno de sus buenos amigos organiza en la Sorbona un homenaje nacional para aliviar los bolsillos de Fauré que resultó ser un éxito. Acudieron figuras clave de la política, de la música y las artes francesas.
En 1923, decide mudarse a Annecy-le-Vieux. Necesitaba encontrar algo de paz y sus fuerzas empezaban a decaer. Allí escribiría su última composición: un Cuarteto de cuerda. Su salud empeora; padece arteriosclerosis, bronquitis y enfisema.
Un año más tarde se encuentra en cama a causa de una neumonía doble. Su amiga, Marguerite Hasselmans escribe su testamento. El 18 de octubre se le traslada a París en tren con la compañía de su hijo. Pero el cuerpo fatigado y abatido del francés respira su último en la madrugada del 3 noviembre. Sus amigos se encargaron de que le fueran concedidas honras fúnebres nacionales.
Gabriel Fauré fue enterrado en el cementerio de Passy cerca de su amigo Messager y no muy lejos de Debussy.
Las composiciones de Fauré a diferencia con las de Richard Wagner y sus seguidores poseían un sonido más discreto y emotivo. No se dejó llevar por las críticas y por ello pudo componer una Balada para piano y orquesta (1881), la suite Peleas y Melisandra (1889), un requiem (1887), los ciclos de canciones La bonne chanson con textos de Paul Verlaine (1891-1892), L’horizon chimérique (1922) y la ópera Penélope (1913). Escribió además numerosas obras para piano y música de cámara.
Estrella Ortín Martínez.