«Hey Jude», The Beatles

 _Vaya, vaya. Ya te digo. Este cementerio ha tenido un verano de lo más concurrido. Supongo que todo ha tenido que ver,  con que por lo visto se cumplían cincuenta años de que John Lennon y Paul McCartney se conocieran un 6 de julio de 1957 y comenzara eso que se vino a llamar «Beatlemanía». Prácticamente fue aquí mismo, a unos metros de donde me encuentro enterrada, en los jardines de la Iglesia de St. Peter. Y si a eso le sumamos que mi nombre, Eleanor Rigby, se corresponde con el título de una de las canciones más emblemáticas del cuarteto de Liverpool, no te puedes imaginar en la de fotos en las que se ha colado indiscretamente mi sombra. Ahora bien, si ha habido un día en especial para mí de estos últimos calurosos meses, fue el pasado 30 de agosto. Aquel día por la mañana, en eso que me encontraba observando a los turistas a mi alrededor, de repente, y abriéndose paso entre  la muchedumbre, alguien se plantó frente a mí, y  me dijo:

  _Hola Eleanor, ¿me habías echado de menos? ¿Me recuerdas?, solía venir aquí a pasear cuando era prácticamente un niño.

No daba crédito, se trataba de  George Harrison, el segundo «Beatle» que junto a Lennon se encuentra viviendo en esta otra dimensión. Vive aquí desde que al parecer un cáncer de pulmón me llevó a ser reducido a unas cenizas que terminaron en las aguas del Ganges. La visita de Harrison  fue de lo más idílica. En particular, porque se dio la coincidencia, y no creo que fuese del todo casual, que George viniera a visitarme en la misma fecha en que The Beatles publicaron su canción «Hey Jude» (click aquí para escuchar); todo un himno generacional compuesto por Paul, del que me desveló un montón de trivialidades y aspectos que desconocía. De entrada, el «Jude» del título, el   resto del grupo y su entorno más cercano de gente identificaban ese nombre con el personaje bíblico de Judas, y pensaban que el mensaje de su letra iba dirigido a Lennon, ya que por aquel entonces McCartney y él se disputaban el liderazgo de la banda, y no paraban de lanzarse indirectas ocultas dentro de sus canciones; pero nada más lejos. Tuvieron que pasar casi veinte años para descubrir que el tema en realidad estaba dedicada a Julian, el hijo de John Lennon y Cynthia Powell. Por lo visto tras el divorcio de éstos, Paul solía visitar con frecuencia a Cynthia y al niño, pues siempre había tenido una empatía especial con el pequeño, y éste, después de  la ruptura de sus padres no pasaba por uno de sus mejores momentos. De ahí, que en un principio  los primeros versos de la canción fueran: «Hey Julian, don’t make it bad, take a sad song and make it better». Aunque más tarde, y según la iba perfilando, McCartney decidió cambiar, por un tema de acentuación rítmica, «Julian» por «Jules». Pero por si fuera poco, y dado que no hay dos sin tres, terminó por inclinarse por ese «Jude» definitivo. El cual, acabó como en otros tantos casos, convirtiéndose en una de esas suspicacias, un supuesto mensaje oculto dentro de una canción.

El resultado del tema una vez grabado fue tal, que pasó a ocupar la Cara A del single que tenían previsto publicar, y relegó a la Cara B de aquel sencillo, a «Revolution», lo que iba a ser en teoría  la pieza estrella de aquel verano. Y no solo eso, aquel disco fue el primero que lanzaba la banda  en Apple Records, su sello discográfico propio. Aquella melodía que surgió en la cabeza de Paul McCartney, y que entró en el estudio de grabación con una maqueta inicial a voz y piano, terminó concluyendo sus últimos compases con una agrupación orquestal de más de treinta músicos, con una duración de siete minutos y once segundos, que la convertían en la canción más larga hasta el momento en formato de single en alcanzar un Nº1.

En fin, fue como te comenté un día muy agradable, que me trasportó por momentos a esa década de 1960. Y como vino se fue, en eso que me di la vuelta, ya no estaba allí, y George se difuminó entre la muchedumbre. Me queda pensar que su karma ha vuelto a India, aunque quién sabe, igual regresó a Beverly Hills, donde pasó sus últimos días.

Eleanor Rigby.

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