Todavía recuerdo el día en el que mi padre y mi madre me preguntaron que qué instrumento me gustaría tocar. Mi padre me preguntó que si me gustaba el saxofón y yo le respondí que sí, sin saber qué era aquello. Siempre he pensado que ese era el instrumento que más le gustaba a él, así pues yo, que no tenía ni idea del nombre de los instrumentos, le dije que sí pensando que ese sería el mejor.
En casa siempre me han dicho que salía desfilando detrás de las bandas de música desde bien pequeña y que esa fue una de las razones por las que decidieron apuntarme a una escuela de música.
Decir que estoy súper orgullosa, en primer lugar de mis padres, por haberme dado la oportunidad de conocer la música desde pequeña, y en segundo lugar estoy orgullosa de mí misma, porque a pesar de lo que me ha cambiado la vida en todos estos años, aquí sigo dando caña.
Recuerdo con emoción el día que entré a formar parte de la banda de la AAMY, en el año 2000, con 13 años. Desde aquel momento fui consciente de que pertenecía a un grupo de gente enamorada de la música, que da cabida tanto a músicos profesionales como amateurs, a jóvenes y menos jóvenes, a gente con diferentes ideologías… Un grupo de gente con el que te enriqueces.
Me acuerdo mucho de algunos de mis compis que entraron a la banda ese mismo año y me gustaría poder seguir compartiendo con ellos ensayos, cervezas, confidencias, viajes, cenas de Santa Cecilia y, por supuesto, las ansiadas “placas de los 20 años en la banda”. (Risas)
Echando la vista atrás me vienen a la memoria anécdotas como las clases de saxofón con Ángel y Pascual V., que eran una odisea. Quién nos iba a decir que algún día Ángel iba a confiar en nosotros para ser saxofones altos segundos en la banda, para mí por lo menos era impensable.
Y, hablando de clases, las colectivas de saxofones me encantaban porque podía escuchar a más gente que no fuera yo sola tocando. Estas clases eran el previo a la banda juvenil, con la que ensayábamos los sábados por la mañana, aunque lo mejor de este día era el descanso o término del ensayo para ir a comprarnos golosinas a “Caramelicos”.
Grandes momentos en la banda fueron los que compartí con mi padre y mi hermano Sergio, como la recogida de ambos al año siguiente de la mía, la participación en diferentes certámenes, festivales de bandas, viajes… Pero sin duda el que recuerdo con más cariño es el Certamen FLicorno d’Oro de Riva del Garda en Italia.
No puedo pasar por alto el World Music Contest Kerkrade, en este caso mi hermano ya no era integrante de la banda, pero mi padre sí y los dos compartimos el sentimiento de emoción mientras hacíamos música en el escenario y la alegría al recibir el premio que fue la guinda del pastel.
Además, en la mayoría de estas aventuras también nos han acompañado mi madre y mi hermano Eduardo, así que la alegría de poder compartirlas con ellos, como fans, también ha sido muy guay.
¿Qué decir de Ángel? El culpable de que todas estas vivencias hayan sido posibles. No le vale un no por respuesta y es perseverante, cuando tiene una idea no para hasta que la consigue. Gracias por haber confiado en mí.
Y, como decía más arriba, mi vida ha cambiado mucho estos veinte años, con idas y venidas, adolescencia difícil, vida de estudiante universitaria, mudanza a otro país, vuelta al pueblo, la experiencia de ser madre… Por no hablar de lo que nos ha cambiado la vida a todos y todas este último año. Pero la música sigue ahí y seguirá estando cerca de mí, porque no me imagino la vida sin música.
Así pues, brindo por muchos años más con mi banda, por todos y cada uno de los músicos y porque la música nos siga acompañando siempre.
¡Vivan los músicos de mi banda!
Marta Sánchez Martínez
Saxofonista de la Banda AAMY.