
PEDRO IBÁÑEZ. ACORDEONISTA
El instrumento musical, originalmente llamado “accordion”, fue registrado como invento por el austriaco Cyrill Demian en 1829. Tenía un pequeño teclado para la mano izquierda y la derecha movía el fuelle. En Francia, donde tuvo una aceptación inmediata, se abrió el primer taller en París y fue editado el primer método en 1831. También allí realizaron las modificaciones que dieron carácter diatónico al instrumento y despuntaron los primeros virtuosos ejecutantes. En Madrid se construye el primer acordeón español en 1841; por esos años estaba de moda entre las clases pudientes. En 1863 Paolo Soprani puso en funcionamiento en Italia la primera empresa para fabricar acordeones. En ese momento el acordeón ya equivalía a una orquesta, pues con él se podían concertar armonía, melodía y ritmo. Se extendió su aceptación por gran parte de los países europeos, motivando extensamente la vocación de acordeonista, llegando el uso del instrumento poco tiempo después a la música en América y otros continentes. En España se divulgó ampliamente entre 1880 y 1936; por entonces existían más de una veintena de marcas de fabricación nacional. En Valencia alrededor de una docena de talleres lo fabricaban, siendo uno de los más renombrados el de Rafael Torres: “Acordeones Torres” establecido en torno a 1913.
Durante el S.XIX la aparición del Vals motivó de forma importante el baile en pareja que hasta entonces generalmente era colectivo. Su aceptación fue dando pie desde comienzos del siglo XX a la creación de nuevos estilos de baile similares, en los que el acordeón constituía un soporte musical muy apropiado y con gran acogida entre el público. En consecuencia se construyeron diversos modelos de acordeones, algunos a precios accesibles por lo que el acordeón pasó a ser utilizado por las clases populares, por músicos ambulantes y muy apropiado para interpretar músicas de moda y tradicionales por su versatilidad y fácil transporte; llegó a ser también conocido como “el piano del pobre”. Los estamentos religiosos se opusieron en principio a los bailes de pareja, manifestando que “empujaban a las jóvenes a caer en los brazos del hombre” y llamaban al acordeón “El fuelle del Infierno”. No obstante su utilización en nuestro país se fue extendiendo por gran parte de las regiones, animando fiestas en ambientes urbanos o rurales, favoreciendo la sociabilidad y las relaciones vecinales. Casi siempre había alguien en las celebraciones festivas que con mayor o menor conocimiento de la técnica musical pero con destreza, carácter entusiasta y talento natural, mostraba la belleza de la música y extendía la cultura musical entre las clases modestas de la sociedad.
Ocurrió en Yecla durante los años veinte del pasado siglo que un jornalero del campo, soltero entonces, fue agraciado en una rifa de la Feria con un sencillo acordeón. Él no sabía tocarlo, pero lo conservó y años después jugaban con él sus cuatro descendientes: una hija y tres hijos. El menor, Pedro nacido en 1930, se sintió atraído por el sonido de aquel acordeón y tuvo la suerte de recibir indicaciones de un pariente para manejar el humilde instrumento, aprendiendo varias canciones de la época. Bracero, igual que su padre, trabajó en labores agrícolas desde los diez años. Y poco tiempo después, ganándose la vida en una finca del Carche a la que casi siempre llegaba andando los dieciséis kilómetros que distaba del pueblo, unos vecinos le propusieron animar un baile en la vendimia; esa fue su primera actuación. El acordeón suponía una importante incorporación instrumental. Anteriormente, a falta de instrumentos musicales, era habitual producir ritmo de baile utilizando una pieza metálica, llave o cuchara, rozándola en una zaranda o una botella. Marcelo, hermano de Pedro, estaba empeñado en tocar la batería para acompañarle, aunque debía de conformarse en hacerle la percusión golpeando sobre una mesa con una llave y una patata; a veces, como broma le daban un boniato cocido, pero en este caso debían reponérselo de vez en cuando, porque el percusionista lo consumía a bocados, dada la necesidad que en aquellos años acuciaba.
Al hacerse conocido, Pedro tocaba en solitario o con su hermano en los bailes organizados con frecuencia en festividades, en casas particulares o en bares, por motivo de licenciarse un mozo del servicio militar y también en la celebración de bodas (un día en casa de la novia y otro en casa del novio). Un primo suyo, llamado Leandro, continuamente le buscaba para tocar en todas las ocasiones que se presentaran; también para dedicarles serenatas a las muchachas de parte de sus novios y a las que cortejaban los amigos.

EL DÚO DE PEDRO Y MARCELO ACTUANDO EN “EL BRANDY”.
Con su hermano Marcelo actuaba de continuidad en dúo. Necesitando renovar instrumental tuvieron noticia que en Valencia, “Acordeones Torres” vendía un buen acordeón de segunda mano y decidieron comprarlo. Habían ahorrado el dinero, aunque no sobraba ni un céntimo. Así que los dos hermanos se fueron en sendas bicicletas a Valencia. Después de nueve horas de trayecto, al llegar al local de venta, el acordeón había sido vendido a otro comprador. Aquello fue una decepción, aunque también el comienzo de una duradera y amistosa relación comercial con los dueños del taller. En Yecla, por aquellos tiempos numerosos acordeonistas actuaban y buena parte de ellos compraban sus instrumentos de la misma marca. Pedro recuerda algunos de los acordeonistas más conocidos: “El Tocayo”, “Ramoné”, Juanico “El Chucho”, los hermanos “Montroño”, Simón “el del motocarro”, “El ciego Caballero”, Juanico “El Zocatico”, José María “Chete” y Amado. Y de acompañantes, tocando la batería o “el Jazz” recuerda a Marcelo Ibáñez (su hermano), Pepe el fotógrafo “El tuerto”, “El Madrona” (Padre) y “El Torratero”.
Por las manos de Pedro han pasado alrededor de diez acordeones, la mitad de ellos “Torres”, aunque ahora solo conserva uno de esta marca.

PEDRO EN LA ACTUALIDAD CON SU ACORDEÓN “TORRES”
Durante su vida laboral ha tenido diversos empleos desde sus inicios como trabajador agrícola y vendimiador en Francia. Ha sido después cantero, empleado en obras municipales de Villena, carpintero, encargado de máquina en fábrica de muebles y montador. Ha combinado sus distintos oficios con las actuaciones en fiestas particulares, verbenas y en bares que tenían salones de baile como “El Brandy” y “El P.Y.A.”. En la Sociedad Recreativa de Cazadores, en restaurantes como el “Mediterráneo” o en otros que ya no están, “La Perdiz” o el “William” actuando de solista, o acompañado por su hermano Marcelo tocando la batería o por otros músicos.
En los años recientes cambió acordeón por teclado, utilizando consecutivamente hasta cinco diferentes. Actualmente tiene uno de gran calidad.

EN UNA DE SUS ÚLTIMAS ACTUACIONES
Se jubiló laboralmente en 1995, actuando con frecuencia, desde un año antes en el Centro de Mayores de la calle La Rambla en los bailes que organiza de continuidad los fines de semana y algunas festividades. El Centro de Mayores de Herratillas lo vio tocar durante nueve años recibiendo por ello una distinción del Ayuntamiento. El repertorio que interpretaba ha sido extenso. Sonaron en sus acordeones y teclados miles de canciones con ritmos de Vals, Pasodoble, Rumba, Fox o Tango. De las canciones guarda una lista solamente de títulos, clasificada por estilos y el nombre de las que tocaba en los últimos tiempos de instrumentista. Ha compuesto dos piezas: “La Americana” y una rumba sin título. No ha utilizado partituras. Sin conocer las notaciones musicales y no haber estudiado solfeo, ha sido capaz de retener todas las melodías en su memoria. Solamente escuchando una canción podía tocarla con prontitud en el acordeón o el teclado; como solista o con acompañamiento de otros músicos. Se retiró de actuar en 2016.
Pedro pertenece a una generación de instrumentistas que no tuvieron formación musical. En gran número intuitivos, los cuales abundaron en nuestra ciudad en otra época como él cita. Fueron músicos de un tiempo en el que había que salir adelante con gran esfuerzo y escasa recompensa; solamente el tesón y la constancia hicieron desarrollar en ellos talentos innatos, logrando hacer apreciar la música y disfrutar de ella a un gran número de personas. Merecen todos ellos el mayor reconocimiento por su contribución artística. Pedro es uno de los últimos que quedan de esta generación de músicos autodidactas.
JUSTO SORIANO ALIAGA.