Verdi y el Resurgimiento

El pasado año 2013 se ha conmemorado el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, que ha sido celebrado con numerosos y diversos actos en todo el mundo: representaciones de sus óperas en los grandes coliseos, conciertos, conferencias, reportajes, exposiciones, etc…

Desde la Asociación de Amigos de la Música de Yecla, también se le ha rendido un pequeño homenaje con la inclusión en varios de sus conciertos de obras del gran compositor parmesano. Concretamente la Banda de Música ha interpretado durante este pasado año tan especial, varias adaptaciones de sus óperas: La primera de dichas interpretaciones fue el sábado 23 de abril, en el Auditorio y Centro de Congresos “Víctor Villegas” de Murcia, dentro del Ciclo “Las Bandas en el Auditorio”, donde ofrecieron a los asistentes un fragmento de “I Vespri Siciliani” (1855); obra que nuevamente fue tocada el día 22 de junio en el XXIX Festival de Bandas de Santa María Magdalena de Banyeres de Mariola (Alicante), realizado en el Teatro Principal de dicha localidad y también el día 27 de julio en el concierto de verano, ofrecido en el Anfiteatro de la Iglesia Vieja de nuestra ciudad.

Asimismo durante el concierto Extraordinario de Santa Cecilia ofrecido el domingo 24 de noviembre, en el Teatro Concha Segura de Yecla, nos ofrecieron “El Coro de esclavos” (1842) de su ópera “Nabucco”.

En parte esta interpretación y la explicación del concierto que nos ofreció el director de la Banda de Música, Ángel Hernández, unos días antes del mismo, han sido lo que me ha llevado a escribir este pequeño artículo, con una visión un poco diferente de la vida del gran maestro bussetano.

Giuseppe Fortunin François Verdi, vino al mundo el 10 de octubre de 1813, en el pueblo de Roncole, del municipio de Busseto, en el ducado de Parma, que en aquella época estaba bajo el dominio de la Francia napoleónica y falleció en Milán en 1901, en aquel momento centro económico de la recién unificada nación italiana.

Desde el principio de su actividad musical, Verdi, fue uno de los pocos artistas glorificados en vida por sus coetáneos. Ya en 1846, cuando contaba con tan sólo 33 años, el éxito de sus óperas era ya tan grande que el escritor Benedetto Bermani se decidió a publicar la primera biografía del músico: “Bosquejos sobre la vida y obras del maestro Giuseppe Verdi”.

Giuseppe Verdi
Giuseppe Verdi

Hay personalidades en el transcurso de la historia, que con su sello personal marcan una época y los sueños de un pueblo. Esto es lo que le ocurrió a Verdi, cuya obra se convirtió en signo de identidad de la nueva Italia del siglo XIX, puesto que las óperas que compuso a lo largo de su dilatada vida, entre otras “Nabucco” o “Don Carlos”, además de compartir escenario con las revoluciones liberales, acontecidas durante aquellos años, también se convirtieron en una de las banderas de identidad de estas, concretamente del Risorgimento, nombre con el que fue conocido el proceso de unificación italiana.

Los italianos de aquel tiempo, sometidos por el poderío extranjero, estaban anhelosos de figuras que fueran capaces de ayudarles a sobreponerse de las calamidades colectivas y de las desgracias propias, y que fuesen capaces de dar ánimos y tesón revolucionario en el camino del resurgimiento de la patria.

El Risorgimento, fue un movimiento de resurgimiento nacional de Italia, que apareció a principios el siglo XIX, cuyo objetivo era la unidad del país, en esos momentos bajo dominio e influencia de las grandes potencias europeas. Sus principales inspiradores fueron Giuseppe Mazzini, periodista, político y activista, que fundó el grupo Joven Italia en 1831, y que fue apodado como “El alma de Italia”; Giuseppe Garibaldi, militar y político y el conde de Cavour, ministro del Piamonte. La monarquía de Saboya, que reinaba en Cerdeña y el Piamonte, y era el Estado italiano más poderoso, lideró este proceso de unificación.

Aunque Verdi no dedicó toda su vida a la revolución, como si hicieron estos otros personajes, sí que consiguió con su música insuflar los anhelos de libertad de todo un pueblo, el italiano, avivando su patriotismo con la fuerza y la emoción de sus obras.

Sin embargo, la situación del músico no siempre estuvo rodeada de la fama y el reconocimiento. A principios del año 1840, se estreno en el Teatro de la Scala de Milán, su segunda ópera “Un giorno di regno”, que fue un fracaso absoluto, aunque comprensible debido a la situación anímica del compositor, roto por la tristeza por la reciente muerte de su mujer e hijos, por causa de una devastadora meningitis. Esta tragedia sufrida a una edad tan temprana diezma sus facultades, sobre todo su capacidad musical.

En esta situación, durante el frío invierno de 1841. el empresario Giovanni Merelli le insistió para que accediera poner música a un libreto del poeta Temistocle Solera. Verdi, al llegar a su fría y solitaria vivienda, lanzó con violencia y sin ningún tipo de consideración el manuscrito sobre la mesa. Afortunadamente, como él mismo contaría años después, «el libro se abrió en la caída y, sin saber cómo, di un vistazo a la página que yacía abierta tras de mí; tan sólo leí una línea, “Va, pensiero, sull’ali dorate”, pero desde ese preciso instante no pude alejar el “Nabucco” de mi cabeza». Según sus propias palabras, esa misma noche leyó la obra tres veces «por lo que por la mañana conocía entero el libreto de Solera desde el fondo de mi corazón».

El texto del libreto ahondaba en las vicisitudes sufridas por el pueblo judío, durante su exilio forzoso en Babilonia y bajo el poder despótico del tirano rey Nabucodonosor. Este argumento, leído entre líneas animaba a la lucha a los buenos compatriotas italianos: el pueblo judío no era otro que el italiano, y Nabucodonosor representaba la opresión ejercida por el Imperio austriaco.

Verdí, por esa época ya un ferviente patriota e incondicional seguidor de los ideales liberales que recorrían la vieja Europa, se conmovió con el manuscrito, y no dudó, a pesar la tristeza que le embargaba, en aportar todo su potencial artístico para empezar a luchar, aunque que sólo fuera espiritualmente, contra el yugo opresor.

El 9 de marzo de 1842, casi un año después de recibir la obra, se estrenaba en la Scala de Milán “Nabucco”, obteniendo un éxito rotundo, siendo interpretada durante su primer año 64 veces. Con dicha ópera, Verdi consiguió encender el orgullo nacional de los asistentes, sobre todo en el tercer acto, con el «coro de los esclavos judíos», cuyos emotivos versos –Oh mia patria sì bella e perduta– quedarían grabados en el imaginario patrio de los italianos.

Pocos coros han sido tan mitificados y cantados, en vida de su autor, como lo fue –Va, pénsiero” de “Nabucco”, que se convirtió en una especie de himno oficioso de los revolucionarios tricolor, difundiéndose con gran rapidez por toda la península itálica.

Portada Ópera Nabucco
Portada Ópera Nabucco

Aunque, como ya hemos comentado más arriba, la parte política del nacionalismo italiano estuvo liderado por Garibaldi, Mazzini o Cavour, alimentada por la literatura de Guerrazzi, Grossi o Manzoni, Verdí aporto a la causa un patrimonio musical muy valioso y de gran simbología para el Risorgimento. El autor tomó conciencia desde el estreno de “Nabucco” de la responsabilidad que esta posición entrañaba, puesto que por una parte los encargos se acrecentaban pero también aumentaba la presión de la censura y la persecución. Por fortuna para él, contó con el amparo de la condesa Maffei y el círculo liberal que ella misma lideraba en Milán.

El primer encontronazo serio con la censura austriaca, se produjo al poco tiempo de estrenarse en febrero de 1843 en la Scala, su siguiente ópera “I Lombardi alla prima crocciata”, puesto que el cardenal y arzobispo de Milán Gaetano Gaisruk envió un escrito al jefe de policía en el que, además de denunciar el contenido de la ópera, amenazaba con escribir personalmente al emperador, Fernando I. A los pocos días, la policía imperial comunicaba a la compañía que la ópera no podía ser representada en el teatro milanés, ni en ningún otro teatro imperial, hasta que se cambiaran algunos fragmentos. Verdí, se negó rotundamente a cambiar ni una sola nota, afirmando «Se dará así o no se dará de ninguna otra manera», obligando al propio jefe de la policía austriaca a que accediera a no cambiar ninguna nota de la partitura, pues según el mismo comento, «no seré yo quien corte las alas a este joven genio».

Este suceso aclaro mucho más a Verdí, a que tipo de libreto quería poner música a partir de entonces, con los que pretendía subir la moral de sus compatriotas. Así por ejemplo en “Attila”, estrenada en La Fenice de Venecia el año 1846, muestra la llegada a territorio italiano, durante el Imperio romano, del temido ejercito de los hunos. O en “Macbeth”, estrenada en el Teatro La Pergola de Florencia en 1847, donde con su coro al inicio del último acto “Patría opresa”, pone música a la angustia de los hombres y mujeres oprimidos bajo el yugo de los opresores.

Era tal la estima por el músico por parte de sus conciudadanos, que como anécdota, durante la lucha ejercida contra el dominio austriaco, los patriotas italianos realizaban pintaban en las paredes la frase “Viva Verdi”, donde aparentemente deseaban mostrar la admiración por el músico, pero con la utilización de su apellido, lo que transmitían era el acrónimo de “Vittorio Emanuelle Re d’Italia!”.

El compositor, no sólo contribuyo musicalmente en la denominada primavera del pueblo italiano, sino que también se implico políticamente en la misma. Así el año 1859 quiso representar a Busseto, su ciudad natal, como representante en la asamblea donde se decidió la anexión libre del ducado de Parma al cada vez más poderoso reino de Piamonte. También hizo una visita de carácter oficial al territorio piamontés, lo que le ofreció la posibilidad de conocer personalmente al futuro rey de Italia Víctor Manuel II, al que sus seguidores llamaban «Padre de la Patria». Asimismo, Verdí, alentado por el Conde de Cavour, primer ministro del monarca, acepto convertirse en diputado del primer parlamento italiano, cargo que desempeño de 1861 a 1865, año en que decidió retirarse de la política para volver a dedicarse de pleno a su carrera musical.

De esta etapa artística destacan, entre otros, “Don Carlos” (1867), estrenada en la Ópera de París, y que incluye una escena entre dos tesituras de bajo – uno malo, Felipe II; y otro malísimo, el Gran inquisidor- y que sirvió al autor para realizar una furiosa critica anticlerical, al presentar a la Iglesia como una cruel y despiadada máquina de poder y ambición, y que al termino del estreno tuvo la recriminación de la emperatriz Eugenia de Montijo, que le reprochó que profundizara de forma tan vulgar en la leyenda negra antiespañola, auque el objeto de Verdi fuera otro. Con esta obra, quería argumentar con su música, la conquista del último reducto que impedía la culminación de la unidad de Italia, los caducos Estados Pontificios, unificación que se haría efectiva varios años después, concretamente el 20 de septiembre de 1870, con la entrada de las tropas italianas en la ciudad de Roma.

El nuevo Estado reconoció la aportación del compositor a la causa de la unificación nacional, siendo designado el año 1874 por el rey Víctor Manuel II, senador vitalicio. Pero Giuseppe Verdi, se encontraba decepcionado ante las injusticias y las desigualdades sociales de la nueva nación, recluyéndose voluntariamente en una villa de su ciudad natal, Busseto, hoy convertida en un Museo, donde todavía hoy se guardan los billetes de tren hacia Roma, para asistir al Senado, que el compositor nunca utilizó. Se sentía recompensado con el afecto espontáneo de sus vecinos, los mismos que el día de su fallecimiento, en 1901, se reunieron frente a su villa para entonar por última vez su gran himno, “Va pensiero”.

José Miguel Ibáñez Lax

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