Cuando un pianista – o un músico en general – se encuentra ante una partitura que ha de interpretar, este debería de preguntarse cuál es exactamente su tarea. La verdadera misión del intérprete consiste en dar vida a una partitura escrita, dar a luz a una música que permanecería sin vida cuando falta la figura de ese ‘intercesor’ al que llamamos intérprete. Resulta de gran importancia acercarse al significado de lo que supone ser un intérprete musical para que la persona que trata de serlo, transite por el camino adecuado de estar en proceso.
Voy a acercarme de ahora en adelante a algunas de las ideas que Monique Deschaussées – pedagoga de reputación internacional – expone en su libro ‘El intérprete y la música’. Un intérprete es un transmisor, es un vehículo de unión entre el creador y el oyente. La tarea que debe de hacer el intérprete para comunicar esa partitura tiene especialmente tres dimensiones: comprender la obra y acogerla, generar vida y encarnar al otro despojándose del yo.
Por otra parte, el intérprete debe de hacerse la pregunta de por qué razón escoge ser intérprete. Realmente, la verdadera motivación de escoger ser intérprete se debe a la búsqueda de la belleza, de sentir una vocación hacia la belleza que constituye la base y el centro de todas las motivaciones que puedan surgir después. Esta llamada a la búsqueda de la belleza lleva hacia un encuentro con el compositor, necesario para no apropiarte de la obra. Como consecuencia de este encuentro, automáticamente te conviertes en servidor tanto del compositor como de la partitura, y revelador, lo que provocará en el oyente el descubrimiento de lo mejor que lleva dentro de sí.
Siguiendo con este pequeño esquema, el encuentro – encuentro que tiene que ser ‘vivo’, experiencial, y no intelectual – con el compositor supone conocerlo, intentar descubrir y sentir su personalidad, su carácter, su evolución, su propio ser; puesto que el texto escrito sólo tendrá sentido y verdad cuando el intérprete haya establecido entre el compositor y él mismo un lazo de unión y un auténtico diálogo – sobre todo en la música escrita desde Beethoven a Ravel –.
Igualmente, conocer al compositor me remite al conocimiento de la época y también del estilo. Digamos que la época es la madre de los diferentes estilos que van surgiendo en esa época. La madre tiene varios hijos que se parecen entre sí – pero uno es rubio, otro moreno, otro más alto, otro bajo, etc. –, lo mismo ocurre en la época romántica, o en cualquier otra, y tres de sus hijos: Chopin, Schumann y Liszt, tres románticos de estilos muy diferentes.
Por último, tenemos la partitura – fuente de música – que el compositor escribió, y a la que el intérprete devolverá la vida. Para poder llevar a cabo esta tarea, Monique Deschaussées propone un recorrido donde se vislumbran tres pasos:
1. El primero de ellos consiste en que el intérprete debe de partir de los signos para llegar a la vida. En este punto es donde se trabajarán todos los elementos de una partitura de manera uniforme, es decir, sin prestar más atención a uno
que a otro. No obstante, a pesar de ello, el lenguaje de la partitura no refleja el 100% de lo que el compositor escribió, porque está transcribiendo algo que es inmaterial y, por tanto, en ese camino que abarca desde la idea que el compositor tiene en la cabeza hasta lo que queda escrito, hay mucha sustancia que se queda en el camino. Recordemos aquí las palabras de G. Mahler: ‘Todo está escrito menos lo esencial’. La tarea del intérprete en este momento es salir en busca de lo esencial, estando en este punto la clave del triunfo personal – y no estoy hablando de ese triunfo banal que conquista algo, un triunfo efímero… estoy hablando de algo que se queda ahí para siempre, que es eterno, porque lo que es para siempre es lo que tiene valor. Esto supone una contradicción o una incongruencia palpable, ya que habitamos en un mundo que es cambiante, pero ¿por qué nuestro yo, en el fondo de nuestro ser busca cosas plenas y eternas? Porque esa es la esencia de nuestro ser: plena y eterna –.
Hay veces en que podemos decir ‘Bueno, esto está bien así, me conformo con esto’. Pero, en realidad, en el fondo se nos activa una voz que dice ‘No, esto no es así, estoy disfrazando con palabras una auténtica verdad que no quiero esconder’. Por ejemplo – creando un símil con el plano humano –, cada uno de nosotros habitamos en un cuerpo con el que funcionamos y del que nos servimos en este mundo. Bien, este cuerpo tiende a hacer todo lo que es de este mundo: lo cambiante, lo efímero… pero nuestra esencia se oculta en el fondo, deseando todo lo contrario a lo que el cuerpo quiere, y que es realmente lo que anhelamos. Es como una lucha que sentimos en nuestro interior en la que tiene que ganar la batalla nuestra verdadera esencia.
Cuando vemos una persona y la analizamos externamente, vemos lo que vemos, pudiendo caer en la ‘trampa’ de hacer nuestra propia interpretación de cómo es esa persona. Del conocer externo (físico) a llegar a conocer la esencia de esa persona va un recorrido muy largo. Podríamos decir, entonces: ‘Todo está escrito en una persona, menos lo esencial’, y lo esencial es lo más importante. Habría que conocer la esencia y el núcleo de esa persona, el corazón mismo. Lo que reside en ese corazón debe de ser verdadero y eterno para que esas características queden reflejadas en el exterior. ¿Qué cosas tiene que haber en ese centro? Amor, cariño, perseverancia, valor, verdad, fuerza…
Si hacemos todos los días un trabajo profundo de nuestra esencia, querremos que todo lo que hagamos se sienta identificado con nuestro ser, y querremos – por tanto – conocer la esencia de esa partitura. Pero, primero, tiene que estar nuestra esencia, que no está escrita en nuestro cuerpo, al igual que no está escrita en los signos de una partitura.
Obviamente, primero debe de haber un contacto con esta partitura, y después comenzar a buscar lo esencial de ella.
2. El segundo paso consistiría en un conocimiento de la escritura musical, dellenguaje musical propiamente dicho, este lenguaje con el que nos comunicamos musicalmente y que está formado por los distintos elementos musicales que lo integran – ritmo, melodía, armonía y forma – cuya enseñanza debe de estar enfocada a comprenderlos para poder comunicarse con ellos. Así se comprenderá la música, siendo esta la que oriente el trabajo puramente técnico.
3. Llega el momento de pasar del conocimiento a la realización – tercer paso –, recreando la partitura con todo lo que se había descubierto en la primera fase del trayecto.
Este trayecto es complejo, no es un camino fácil, porque durante el proceso surgen cantidad de obstáculos que se han de vencer. A pesar de esto, hay que tener claro en todo momento a dónde queremos llegar y ser tenaz, perseverante y paciente.
Veamos la comparación de estas etapas con los de la vida de una persona – esto es muy importante conocerlo, porque para llegar a esto en el plano musical, la calidad personal del intérprete tiene una importancia vital y evidente, debiendo trabajarse paralelamente –:
1. Llegar a conocer qué cosas concretas quiero alcanzar, que estén en esa consonancia con la esencia de mi ser.
2. Trabajar en cada uno de estos aspectos poco a poco, caminando y saboreando el camino que me lleva a lo que quiero alcanzar.
3. Disfrutar de esas cosas que adopto de la vida.
Para finalizar voy a contar una pequeña historia a modo de enseñanza acerca de la importancia de conocer y acercarnos al compositor cuando nos disponemos a estudiar una obra con el fin de interpretarla:
“Tuvo lugar un concurso de piano, llegando a la fase final dos pianistas. Uno de ellos había participado en numerosas ocasiones en recitales y concursos, por lo que estaba muy habituado a este tipo de eventos, habiendo ganado muchos
de ellos. Estaba plenamente convencido de que ganaría el concurso, puesto que el otro pianista apenas había tocado en público y, menos aún, ganar un concurso. Ambos interpretaban la misma sonata de Beethoven – la op. 57, comúnmente conocida con el sobrenombre de ‘Appassionata’ –.
Cuando actuó el primero, el público realmente enloqueció, rompiendo en aplausos incesantes: interpretación perfecta, técnica magistral, ejecución difícilmente superable.
Al tocar el segundo, se escuchó en la sala un gran silencio, y la gente del público comenzó a llorar. Poco después, una gran ovación inundaba la gran sala.
Tras la deliberación, el jurado decidió dar el premio al segundo intérprete, aquel que nunca había sido premiado. El primero, indignadísimo, acudió al jurado a preguntar la razón por la cual el premio no había sido para él.
Entonces le respondió; ‘Tú conocías la sonata, pero él conocía al compositor’”.
María Gertrudis Vicente Marín.
Pianista acompañante del Conservatorio Superior de Música de Murcia.
Artículo publicado en la Revista online «La Tecla» y cedido por su autora, María Gertrudis Vicente Marín bajo su autorización.