Juan Carlos Lax Santa
Profesor de piano e improvisación en el C.P.M “Francisco Guerrero” de Sevilla.
POR LA MAÑANA
Hoy es el día. Siento un hormigueo en el estómago desde que se fijó la fecha, y mira que ha pasado tiempo.
Son las 7:45 de la mañana y acabo de despertarme. Tengo que ir al instituto y la verdad es que no tengo ganas. Mi madre me llama desde la cocina para desayunar, pero es que tengo un nudito en el estómago y no me creo capaz de tomar nada por el momento.
Pero…. ¿por qué?, maldita sea, ¿tiene que ser necesario? ¿acaso no sería lo mismo sin tener que pasar por este trago?
Ya, camino del instituto, voy envuelta en mis pensamientos y en mis temores, pensando que el día no sería igual si no tuviera que enfrentarme a lo de esta tarde. Siento punzaditas en la barriga y eso me produce un punto de desasosiego. En fin, ya veremos
POR LA TARDE
Hemos sido citados media hora antes, y yo, para no perder la costumbre, soy la primera.
Entro en la sala, y ahí está, majestuoso y callado. Vuelvo a sentir las punzadas en mi barriga, pero esta vez con más violencia. ¡¡Dios, si pudiera escapar de aquí!! me digo entre dientes. Dicen las malas lenguas que Javier, el niño de quinto, no viene hoy, no porque esté enfermo, sino porque no soporta la presión de estas situaciones. Pensando en ello, entra mi profesor que venía de no sé dónde y me dice que ya puedo probarlo.
Subo al escenario, y al mismo tiempo compruebo que mis compañeros van llegando, seguramente igual de nerviosos que yo. Antes de cada audición, nuestro profesor siempre nos da unos minutos para que probemos el piano.
El piano… siempre me gustó este instrumento. Cuando mis padres me apuntaron en el Conservatorio, yo lo tenía muy claro; quería tocar el piano. A mi padre le gustaba el violín y a mi madre la guitarra, pero no, yo lo tenía muy claro, tenía que ser el piano y punto. Y ahora, ahí lo tenía, enfrente de mí y a escasos minutos para que yo lo tocara en una sala repleta de gente.
Compruebo el pedal y la banqueta, hago unas escalas y toco un poquito de la obra. Con eso es suficiente.
Faltan cinco minutos para que empiece la audición y ahora sí que estoy atacada. Me empiezan a sudar las manos. La historia se repite
Nuestro profesor nos ubica detrás de las cortinas del escenario; en el “backstage” como a él le gusta decir, y oímos el murmullo del público que en mayor medida son familiares nuestros.
En los programas de mano estoy la última, y eso incrementa mis nervios. Repaso mentalmente la partitura, ya que es condición indispensable para mi profesor tocar de memoria. En una hora aproximadamente todo habrá pasado y eso me consuela y me da fuerzas. ¡¡Ánimo!! Me digo a mí misma.
Me llegó el turno. Los compañeros lo han hecho bastante bien, alguna pérdida de memoria, algún tropezón, pero el resultado ha sido bueno. Ah, el profesor anuncia la obra y mi nombre, y el público empieza a aplaudir. Respiro hondo, abro las cortinas y salgo al escenario. Saludo al público y a continuación el silencio más absoluto envuelve la sala. Un silencio insoportable que me deja casi paralizada. Estoy como en la película aquella “sola ante el peligro»…. ¿o era solo?
Voy con pasos cortos hacia el piano y una catarata de malos augurios pasan por mi cabeza en un segundo. Esto va a acabar en desastre total, en un cataclismo monumental, en una hecatombe musical, y pienso en salir corriendo de allí. Mi mente se acelera y revoluciona. ¡¡Tranquila, joder!!
Me siento al piano y empiezo a tocar. Mis dedos, aunque algo torpes al principio, fluyen con facilidad conforme avanza la obra y empiezo a tranquilizarme. Lo estoy logrando, y lo más importante, empiezo a disfrutar con lo que estoy haciendo. Me meto de lleno en la obra y no siento miedo. ¿Cómo se puede sentir miedo tocando a Chopin? Toco el acorde final y se escuchan los aplausos. Miro a mi profesor que me sonríe con gesto de aprobación. Todos los nervios acumulados se han ido de golpe. Me siento bien.
POR LA NOCHE
Acostada en la cama, caigo en la cuenta de que ya no tengo el hormigueo en el estómago y que una paz interior me llena por completo, esa paz que te arrulla como una almohada blandita en la que descargas tus mejores sueños. La paz del deber cumplido.
Pienso que todos estos años de Conservatorio me han enseñado a afrontar el miedo al fracaso, a no dar la espalda a las adversidades y a ser responsable con los demás y conmigo misma; a ser mejor persona, en definitiva. Una verdadera lección de vida.
Me voy durmiendo poco a poco pensando cuando será la próxima audición…por cierto, ¡¡qué bonita es la Música!!