Mucho antes de Paulina Rubio o Molotov; mucho antes de Luis Miguel, Juan Gabriel o José José; mucho antes de Cantinflas, Agustín Lara, Pedro Infante o de la existencia de los mariachis; mucho antes de la caída de Tenochtitlán y de que México se llamase México, allí ya había música.
Gracias a la memoria y tradición oral de las comunidades indígenas, registros en los códices franciscanos y las crónicas hispanas de la época (que no todo se hizo mal en La Conquista), es posible conocer los instrumentos que, hoy en día, aún perviven.
En el México prehispánico se tenía la concepción de varios dioses y a cada uno de estos se le rendía culto con sacrificios, con ofrendas y, como en la mayoría de tribus alrededor del mundo, siempre había música, ya fuera con cantos o con tambores y flautas.
La música para los mexicas, aztecas y mayas era un regalo de los dioses que en náhuatl se expresaba como tlatzotzonaliztli (yo soy incapaz de pronunciarlo), que viene del verbo tzotzona (hacer sonar) y era a través de la música que los mayas se conectaban con la naturaleza y con sus dioses. El dios de la música era Huehuecoyotl que significa «Coyote viejo» y es precisamente por viejo que se le atribuye la sabiduría.
Los instrumentos de origen prehispánico se clasifican en dos grandes grupos, de acuerdo a la manera de ser tocados:
- De viento (tales como flautas o distintos tipos de silbatos).
- De percusión, que dividiremos en membranófonos, cuyo sonido se origina por una membrana al percutir, soplar o frotar, e idiófonos que utilizan su propio cuerpo para vibrar y producir el sonido. Una característica fundamental de los instrumentos prehispánicos es su proceso de elaboración, destacando en su mayoría materiales naturales como maderas, troncos, huesos y piedras por solo mencionar algunos.
Es, precisamente, de los instrumentos de percusión de los que nos vamos a ocupar en este artículo.
Vamos a empezar por el TEPONAZTLI (o teponaztle), también conocido como TUNKUL, un tronco de madera hueco con unas hendiduras en forma de H por la parte de arriba y que, por la parte de abajo, tenía una abertura pequeña rectangular para dejar salir el sonido libremente al golpear con palos (llamadas Olmáitl) recubiertos de tela o piel. Se colocaba sobre unas “patas” hechas de cuerda trenzada para que el sonido saliese por la parte de abajo. Se podría decir que era uno de los primeros xilófonos (del griego xilo, madera, y phonos, sonar), que llegaban a producir hasta 4 sonidos dependiendo de su tamaño. En la superficie del instrumento se tallaban las imágenes de deidades, guerreros, o imágenes de la naturaleza como flores, animales o caracoles. Es uno de los instrumentos más antiguos que se conocen ya que se ha comprobado su uso entre los Olmecas, una de las culturas más antiguas de Mesoamérica.
Junto al teponaztli casi siempre encontramos el HUEHUETL, el tambor más conocido y más parecido al actual. Huehuetl significa «él anciano» y se elaboraba con madera de ahuehuete ya que este árbol tarda mucho en crecer. Se piensa que el huehuetl tiene un sentido ancestral y místico, pues se relaciona al sonido del tambor con el corazón de la tierra y se le considera el tambor de Huitzilopochtli (no repetir con un polvorón en la boca), Dios principal de los mexicas.
Se trata de un tronco hueco con un parche de piel y colocado de manera vertical. Se percute con las manos o con baquetas de madera para generar así una amplia variedad de sonidos acústicos, de los que Bernal Díaz del Castillo relata como sonidos producidos desde la cumbre de la pirámide mayor (Templo mayor), anunciando el ataque de los guerreros aztecas: “y tornó a sonar el atambor muy doloroso del Huichilopochtli, y otros muchos caracoles y cornetas, y otras como trompetas, y todo el sonido de ellos espantable”.
Una variante del huehuetl era el TLALPANHUEHUETL, su “hermano” mayor. Con él se hacía el llamado a la guerra desde la cima del templo y su sonido se alcanzaba a escuchar hasta los 12km. También se utilizaba este instrumento para las festividades del pueblo.
Otro de los instrumentos prehispánicos más sobresalientes es el OMICHICAHUAZTLI, ideófono constituido a partir de un fémur humano, muchas veces perteneciente a un músico, al que se le hacían hendiduras o raspados a lo largo. Digamos que es el antepasado del güiro. A veces se le añadía una caja de resonancia consistente en un cráneo.
Unos de los instrumentos prehispánicos más bonitos (para mi) es el AYOTL consistente en un caparazón de tortuga (que esperemos hubiese muerto de forma natural). Éste se usaba como instrumento de percusión al ser golpeada con un palo o con un hueso. Se utilizaba principalmente en la celebración de muerte y en las fiestas en honor al dios de la lluvia Tlaloc. El ayotl se puede tocar sujetándolo bajo el brazo o recargándolo en una superficie, y se puede percutir en ambos lados del caparazón.
Y, ya por último, presentar el CHICAHUAZTLI, un instrumento de percusión de origen azteca. Se trata de un bastón en forma de rayo de sol, en cuya parte superior había una esfera de bronce que contenía semillas o perdigones de metal y se hacía sonar a manera de sonaja. Digamos que es parecido al sistro o al pabellón turco que más tarde usarían Haydn o Mozart al emplear la llamada percusión “a la turca”.
Existen otros muchos instrumentos tales como maracas o sonajas que se sujetaban a los tobillos o las muñecas, así como otros tipos de tambores, pero he querido señalar en este artículo los más representativos. La verdad es que tenemos la suerte de conservar esos instrumentos y, personalmente, la gran suerte de poder interpretar con ellos. Sigue habiendo muchos artesanos en México que los construyen a la manera original y no faltan vendedores, en los sitios arqueológicos como Chichén Itzá (cerca de Cancún) o Teotihuacán (cerca de Ciudad de México), que nos intenten regatear con un Tunkul o pequeño Huehuetl, que, aunque no seamos percusionistas, queda muy bonito en casa como elemento decorativo.
Como despedida final, les invito a que escuchen la obra “La noche de los Mayas”, escrita para la película del mismo nombre por Silvestre Revueltas y adaptada como obra sinfónica en 1960 por José Ives Limantour, en la que utiliza estos instrumentos de percusión prehispánicos y los dota de un protagonismo enorme, destacando el 4° movimiento. Y, si pueden venir a México y conocer en vivo su cultura, su música y sus costumbres, pues mucho mejor.
ANTONIO LAJARA MARCO
Percusión Principal OFDC