Todos aquellos que han estudiado o estudian la historia de la música saben, con mayor o menor profundidad, qué tipo de obras se interpretaban en cada época y el contexto histórico que las rodea. Sin embargo, rara vez se comenta qué comportamiento adoptaba el público en los conciertos, siendo la audiencia un factor imprescindible porque todas las revoluciones musicales (cambios de estética, estructura) son debido a la transformación de la sociedad. En este artículo, se analizará de manera breve cómo era la actitud del público en distintas épocas, desde la Edad Media hasta nuestros días.
Antes de nada, hay que diferenciar los dos tipos de espectador que siempre ha habido de forma general, según F. Serracanta clasifica en su blog “Historia de la Sinfonía” (2014): “el espectador receptor, aquella persona que escucha con atención, siente o vibra con la obra musical; y el espectador forzoso, aquel que no le interesa la música y asiste a los conciertos por motivos de alterne social u obligación”. A pesar de haber una clara distinción entre ellos, hay una característica que comparten: son espectadores pasivos, no participan activamente en la experiencia artística.
En la Edad Media, la música era muy sencilla, teniendo una única melodía que el público también cantaba en los actos religiosos. Es decir, en la época medieval, los espectadores no eran pasivos, todos eran parte de la interpretación.
Con la llegada del Renacimiento, la música se iba haciendo cada vez más compleja a causa del uso de la polifonía. Ahora el público no estaba preparado para ser partícipe porque no podía imitar las numerosas voces que estaba escuchando. Por otra parte, la música popular renacentista sí presentaba tal sencillez que el público podía sentirse activo, participando tanto en los cantos como en los bailes. Como consecuencia, se ve claramente una distinción, no sólo en el tipo de espectador, sino en la clase social.
Estos comportamientos continúan de similar manera durante el Barroco y el Clasicismo (siendo el período clásico más ameno por la vuelta a la sencillez y, a consecuencia de la Ilustración, llegaba a un público más amplio) hasta llegar a finales del siglo XVIII, donde en el período musical romántico, surgen las revoluciones burguesas. La clase burguesa comienza a llenar los teatros para asistir a conciertos y, sobre todo, óperas, distinguiéndose de nuevo de las clases bajas.
Poco a poco, con el paso del tiempo, las salas de concierto se van democratizando, es decir, juntan a diferentes clases sociales. Un público que realmente lo que les une es la pasión por el arte, tanto, que no tenían ningún reparo en mostrar sus opiniones en directo. Cuando una obra les gustaba, aplaudían y gritaban, pero no sólo en el final de la obra, sino en los finales de cada movimiento, después de algún solo e incluso a mitad de un fragmento. Además, también pedían la repetición de alguna pieza que les haya entusiasmado. Por otro lado, si la recepción de la obra era negativa, la gente silbaba, abucheaba e incluso pegaban alguna que otra patada. Este público era aparentemente pasivo, pero el ambiente que se respiraba en las salas era más vivo, más humano.
Esto va evolucionando y los conciertos se vuelven más serios, los espectadores dejan de dar su opinión de una manera tan pronunciada, prima el silencio tanto si gusta como si no. Ahora el público es 100% pasivo y se dejan los comentarios en la salida de la sala o en el bar con una cerveza. Y así se mantiene hasta nuestros días como norma general, habiendo excepciones que más adelante se mencionarán.
Otro tema importante relacionado con el público, que preocupa bastante hoy en día, es la falta de espectadores en los conciertos. Es una evidencia más que clara que el público que atraen los auditorios/salas de concierto es (casi) siempre el mismo y, además, la falta de gran público joven. Es más, si encontramos personas jóvenes en un concierto de música clásica-contemporánea, seguramente sea un estudiante de música. Por esta razón, hay una gran preocupación, la música clásica se está extinguiendo y muchos compositores, directores, organizadores e intérpretes buscan la manera de atraer a ese público.
Puede haber dos razones por las que la gente haya dejado de ir: si en un concierto se programan obras que no son conocidas, la gente no va a querer ir, porque atrae más un concierto donde se vaya a interpretar una sinfonía de Beethoven, obras para piano de Chopin o el Réquiem de Mozart. Es más, en el Clasicismo el público pedía constantemente la interpretación de obras nuevas, porque todas presentaban las mismas características y el público podía reconocerlas, entenderlas, aunque fueran de nueva creación. Sin embargo, a partir del siglo XX esto dejó de ser así, los compositores van creando un lenguaje tan individual que cada obra que se hace, es completamente distinta, por lo tanto, no hay un reconocimiento por parte del público. Son obras que se interpretan una vez y, con suerte, dos. Las primeras escuchas son importantes, pero hace falta prestar atención a una obra más de una vez para tener un criterio más acertado. Sólo hay que fijarse en los programas que hay en la puerta de un auditorio: se ve un cartel donde se programa música de nueva creación y otros muchos con obras interpretadas cientos y miles de veces. Los organizadores saben que, para recaudar dinero suficiente, tienen que compensar la falta de personas de un concierto, con otros. El público lo que quiere es escuchar lo que ya conoce, se sienten más cómodos y eso, muchas veces, vuelve a los artistas más pragmáticos.
Otra razón que puede ser la causa de la falta de público, es simplemente el aburrimiento, pasividad, en una sociedad como la actual, la gente necesita ser partícipe de algo, no estar sentados esperando a que pase algo. Hasta muchos músicos se aburren en conciertos donde escuchan obras que han escuchado o interpretado alguna vez. Entonces, ¿cómo se puede atraer espectadores?, ¿qué falla?, ¿qué necesita el público?
No hace falta irse muy lejos, la música moderna lleva años de ventaja, la gente prefiere este tipo de conciertos: música aparentemente sencilla y el público es activo. Cantan, aplauden, gritan, abuchean, bailan. Y salen contentos, con una experiencia artística llena. Ahora bien, hay otras formas de ser un espectador activo dentro del ámbito de la música clásica-contemporánea, que varios compositores han querido experimentar en la actualidad o recientemente: el compositor español José María Sánchez-Verdú, en su ópera “Gramma (Jardines de la escritura)”, donde cada espectador está sentado en un escritorio con un libro y la música está sonando de fondo, pero ellos no ven a los intérpretes. Conforme van leyendo, viendo los códigos, observando los palimpsestos, van descifrando y entendiendo la obra. Otro ejemplo es el del compositor griego Alexandros Markeas, en un concierto suyo de improvisación, el que improvisaba realmente no era él. Tenía en el escenario varios pianos, teclados, de todo tipo y el público, mediante votaciones con su móvil decidía qué teclado tocar, qué tipo de música tocar, a qué tempo, qué registro y decidía cuando acababa. Un acercamiento más millennial. Y, como último ejemplo, pero este dentro de la música urbana, el grupo de danza-musical “Mayumana” hace partícipe al público con palmadas, respuestas de melodías o de ritmos, tocar entre el público para un mayor acercamiento, etc.
En conclusión, quizás el problema no reside exclusivamente en las obras de nueva creación, sino en qué papel se da al espectador. Aunque las obras no se conozcan (como en los ejemplos anteriores), el público sale contento, porque se siente productivo, más vivo, más humano, nuevas experiencias y no se aburre.
Juan Manuel Palao Pérez.