Es realmente complicado clasificar una canción o una obra musical como “buena” o “mala”, reducir nuestra opinión a un like o dislike convierte nuestra crítica en una posición bastante simplista. ¿Qué es lo que nos mueve para decidir qué es bueno y qué es malo? La respuesta a esta pregunta (si es que la tiene) va más allá de géneros musicales. No es correcto decir que la música trap es mala por el simple hecho de ser trap, ni la música clásica es buena por el simple hecho de ser clásica
Harry Lehmann (filósofo e investigador en la Universidad de Luxemburgo) se hace la pregunta de ¿cuál es la buena música? Según Lehmann (2020): “se compone de música absoluta (los sonidos propiamente dichos, sin ningún tipo de componente extra); el material estético (la belleza, la forma de dibujar las obras/canciones); el lado reflexivo (qué nos hace pensar al escuchar) y el contenido estético (en qué contexto se mueve, cuál es la historia de la obra)”. Entonces, ¿la mala música es la ausencia de estos componentes? No lo creo, de ser así, no es mala música, simplemente: no es música.
Por otro lado, tenemos la opinión de Carl Wilson (no el guitarrista de The Beach Boys), quien en 2016 escribió el libro Música de mierda. En resumen, Wilson dice que la música es buena o mala dependiendo del tiempo que pase, cómo envejece la canción ¿alguien se acordará de Justin Bieber dentro de 200 años? ¿quién recuerda a John Field? Podemos escuchar una obra de Francisco Valls y descubrir que es una absoluta maravilla adelantadísima a su tiempo y podemos escuchar una canción del 2020 que nos encantaba y darnos cuenta ahora de que es una auténtica bazofia. El segundo factor que habla Wilson en su libro es el contexto social, a quién no le ha pasado alguna vez que ha tenido un círculo de amigos que escuchaban, por ejemplo, Metallica, Megadeth, Slipknot, System of a down, vestía siempre de negro, con camisetas de bandas de metal, aprendió a hacer los cuernos e intentó llevar el pelo largo, pero con el paso de los años tuvo otros amigos y se dio cuenta de que a él le gustaba La Casa Azul, el festival de Eurovisión y llevar camisas de “canallita”. Es decir, para sentirnos aceptados por un grupo de gente, nos vemos ciertamente obligados a admitir que nos parece buena una música que quizás nuestro yo del futuro se proclame detractor.
Deberíamos formular otra pregunta: ¿toda la música que crea un artista es con el fin de que sea buena? Lo dudo. Puede darse el famoso caso de Rebecca Black, una chica californiana que en 2011 sacó la canción Friday, considerada como una de las canciones más odiadas de la historia. Ella no quería hacer una canción de mierda ni que tuviera ese recibimiento, pero así lo quiso el público. También están los casos donde se hacen canciones malas a propósito, pero que tienen una finalidad cómica: las canciones chorras de Xavi Daura y Esteban Navarro (conocidos como Venga Monjas) que buscan el tema más absurdo que se las haya ocurrido para provocar la risa; otro ejemplo es la defensa del género subnopop del ya mítico grupo formado por Carlos Areces y Aníbal Gómez (Ojete Calor), musicalmente yo no diría que son malos, pero las letras intencionadas que escriben en sus canciones les hacen estar en el número 1 de la subnormalidad.
Volviendo a la pregunta de cómo decidimos si algo es bueno o no, hoy en día es más difícil responder a esta cuestión y yo creo que uno de los problemas se debe a la pérdida del género fan, o como me gusta decir: fan de póster. Ya es un hecho que la gente no compra discos físicos, sueña con que se lo firmen, hace colas de varios días para estar en primera fila en el concierto de su ídolo, llena su habitación de pósters, pone pegatinas en su carpeta del instituto y se conoce toda la vida y más de ese artista. Esa esencia y esas pruebas para poder decir: “Sí, me gusta este artista por estas razones: …” ahora ya se está perdiendo como consecuencia de la forma que tenemos de consumir música actualmente. Nos dejamos llevar por las recomendaciones que nos ofrece YouTube o por las listas prestablecidas de Spotify, vamos picando de un lado a otro, de artista en artista, y en unos meses quizás nos habremos olvidado de un tercio de ellos, no recordaremos el nombre de las canciones y no compraremos entradas para verlos en directo.
Concluyendo, cómo vamos a tener la capacidad crítica para, simplemente, darle like a un artista del que no hemos tenido el tiempo ni las ganas de detenernos en él y analizarlo. Bueno, ok, pero entonces, ¿cuál es la mala música? Pues no sé. Y esa es la mejor respuesta que puedo dar, “no sé”, porque la música que no te hace sentir nada, la que no puedes criticar, es la mala, porque no ha conseguido el fin último de este mágico arte, el hacer sentirnos algo. Si no sientes nada, no merece la pena.
Juan Manuel Palao Pérez.