La Sinfonía Inacabada de Schubert

Aviso a lectores: estos artículos están dirigidos a todos los públicos y tratan temas muy variados intentando aportar una visión crítica. Sea como fuere, aportarán datos reales, objetivos; pero desde un punto de vista subjetivo. Esto es así porque la autora entiende que en esta ciencia, o este arte: la música; toda opinión, gusto, certeza o conocimiento nace de un individuo y tiende a colectivizarse en un bucle que se torna infinito. Aunque cada uno de estos artículos tendrá una forma diferente, en la mayor parte de ellos encontraremos dos secciones: una primera que nos aporte datos técnicos y musicales; y otra que divague y entre en temas más polémicos, sociales, de opinión, de gustos, etc.

Una ideología es un sistema de creencias que es transparente, que se representa a sí mismo como “el modo en que son las cosas”, y visto de este modo es la aparente naturalidad de la democracia capitalista la que demuestra su estatus ideológico. Desde la década de 1930 ha existido una subdisciplina díscola de la sociología denominada “teoría crítica” cuyo objetivo declarado es exponer el funcionamiento de la ideología en la vida cotidiana, revelando creencias aceptadas “acríticamente” y devolviendo así a los individuos el poder de decidir por sí mismos lo que ellos quieren creer, ya que, al presentarse a sí mismas simplemente como “el modo en que son las cosas”, las ideologías suprimen la existencia misma de alternativas.

De Madonna al canto gregoriano. Una muy breve introducción a la música,

 Nicholas Cook

Franz Schubert (1797- 1828) es un compositor austriaco del Romanticismo musical. Su Sinfonía Inacabada, o también denominada Inconclusa, fue compuesta en 1822, cuando tenía 25 años. Nunca fue estrenada en vida y se llama así porque consta solamente de dos movimientos. Es por este motivo, por ese nombre tan evocador, tan romántico, que siempre me ha parecido que está envuelta en un halo de misterio. Los teóricos tampoco se ponen de acuerdo. Unos dicen que la obra es así porque parece que el final de segundo movimiento es contundente y parece un final de obra (esta es la opción que a mí me resulta menos creíble y, si no, escúchenla). Otros dicen que le falta un movimiento que colocó como un Entreacto para la música incidental de la obra de teatro Rosamunda. Y otros dicen que fue diagnosticado de una enfermedad que, por la sintomatología, parece ser sífilis y que eso le hizo abandonarla y nunca más retomarla.

Para ubicarnos mejor en el tema, pueden escuchar esta obra en este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=nwah-SFMbqw

Para entender un poco mejor lo que voy a explicar a continuación, les contaré que la música de Schubert ha sido catalogada en muchas ocasiones como una música “suave”, “voluble”, como un “niño entre gigantes”, “hedonista”, “que confía en súplicas y persuasión”, etc. Su manera de tratar la forma (especialmente la forma sonata, no tan definida) y la tonalidad (no tan contundente, no tan clara dentro incluso de los propios temas), también han sido algunos de los motivos que se han dado para calificar, en definitiva, su música de afeminada.

A finales de los ochenta y principios de los noventa, especialmente, surgen algunas voces desde la Musicología que apuntan a una ostensible homosexualidad de Schubert. Un musicólogo apellidado Solomon la refutó en base a su forma de vida o testimonios que nos han llegado de esta. Una musicóloga apellidada McClary la refutó en base a su música. Ya antes, un señor apellidado Grove y que escribió en el s.XIX uno de los más reconocidos diccionarios de música, también apuntó a este hecho, pero de manera indirecta, debido, seguramente, a su moral victoriana. Este último pone de ejemplo a Beethoven como un compositor viril, masculino; y a Schubert como un compositor más afeminado. De hecho, escribe: “Comparado con Beethoven, Schubert es como una mujer al lado de un hombre. Porque debe confesarse que nuestra actitud hacia él es casi siempre de simpatía, de atracción y amor”.

Quienes hayan leído esto y hayan oído de la homosexualidad de Schubert por primera vez en estas palabras, seguramente se les haya caído un mito. No lo digo en el sentido malo ni en sentido bueno de la expresión. Lo digo porque todos tenemos en mente a una figura estereotipada, mitificada, del compositor (romántico) de “música clásica”. Esa figura típica sería Beethoven. Un señor serio, viril, masculino, en continua búsqueda de su arte y, probablemente, algo atormentado por ello. Quizá también enamorado de una mujer que no le corresponde, bien porque no tiene los mismos sentimientos hacia él, bien porque sí que comparte estos sentimientos, pero por diferentes circunstancias (es de una posición social superior, está ya casada o prometida, etc.) no puede corresponderle. Sin embargo, señoras y señores, aquí tienen a Schubert, y a muchos otros y a muchas otras para ir derrocando poco a poco el mito que hemos construido, entre todos, desde nuestro propio sistema de creencias, desde nuestra ideología (relean ahora, si se les antoja, las palabras de Nicholas Cook del comienzo).

A mí, personalmente, me gusta Schubert. Me gusta mucho. Y Beethoven también. Pero de lo de Schubert estoy más segura porque sé que me gustó por mí misma. Beethoven, sin embargo, no ha tenido más remedio que gustarme. He escuchado hasta la saciedad tanto su música como las voces que enaltecen su figura (que si Beethoven representa la figura de genio en la música, que si fue el primer músico independiente, etc.). A Schubert, sin embargo, lo empecé a descubrir por mí misma. De pequeña lo escuché en un CD de “Los clásicos populares” que tenía mi padre y busqué su nombre, sin saber quién era. Luego ya me fue sonando más su nombre porque a veces se escuchaba en las clases de música, pero de pasada, sin profundizar en él en exceso. Esto no ocurrió hasta que ya era una adolescente relativamente madura y estaba acabando mis estudios profesionales. Lo que sí sé es que toda esta polémica y, en ocasiones, palabrería que rodea a este compositor no hace otra cosa que propiciar que cada vez me caiga mejor y, en consecuencia, que lo escuche más. Y, como todos sabemos, en música, generalmente, cuanto más escuchas y conoces algo, más te gusta. Apartamos de esta generalización, claro está, las canciones sencillas y repetitivas que forman parte del mainstream más top (véase Des-pa-cito).

Referencias:

https://www.nytimes.com/1992/01/19/arts/classical-music-schubert-eternally-feminine.html

 Nicholas Cook. (2012). De Madonna al canto gregoriano. Una muy breve introducción a la música. Madrid: Alianza editorial.

Esther Pérez Soriano.

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