Precisamente, tocando en el teatro desde muy pequeño se abrió fama mi padre, formando parte, junto al maestro Marcos Ros y al violinista apellidado Zafrilla, del núcleo de un miniconjunto orquestal en el que en más de una ocasión no le faltaron a aquel pequeño flautista públicas felicitaciones como la de aquella cantante de nombre artístico “ La Blanca Azucena”, al enviarle desde el escenario un par de besos por su brillante acompañamiento en uno de los números de ”Noche de Reyes” de la que sólo recordaba el título de la obra. A lo más podría tener siete u ocho años mi padre, claro, no la cantante, de este pequeño éxito que siempre guardó como uno de sus más gratos recuerdos entre un sin fin de travesuras y lances sin cuento muchos de ellos como asiduo componente de la Banda .
Eran, también, tiempos en los que reconocidas bandas de música acudían a la Feria, como fue el caso de la de Ingenieros de Madrid, o pasaban por la ciudad notables solistas españoles, como el violinista Ángel Grande, que daban ocasión a mi familia a organizar pequeñas veladas artísticas con asistencia de sus amistades. De una de aquellas veladas surgió, casualmente, el envío de la primera flauta y primer instrumento también que llegaba a la Ciudad construido con arreglo al nuevo sistema de llaves implantado por el reputado artífice y músico francés Theobald Bohem y al que se enfrentó por sí solo descubriendo una a una todas las posiciones entre mareo y mareo debido a la cantidad de aire que necesitaba en sus averiguaciones.
Apenas cumplidos los doce años marchó a casa de sus tíos en Elda, con el propósito firme de ampliar sus estudios musicales y entrar en la Banda de Música en la que consiguió enseguida notoriedad, bajo la tutoría artística del maestro Enrique Almiñana, siendo conocido por el cariñoso apelativo “ El flautica”, lo que le permitió compaginar el estudio de su instrumento con el de otras materias musicales, al tiempo que se dedicaba a diversos menesteres laborales hasta llegar al codiciado oficio de patronista en una de las más importantes fábricas de calzado. Pero la meta de sus aspiraciones estaba en Madrid, y el mismo día que cumplía los 18 años se incorporaba a una de las varias Bandas del Ejército con plaza en la todavía capital del Reino, la del Regimiento Wad- Ras, con la intención de poder matricularse en el Conservatorio.
Fueron estos años madrileños esenciales en el descubrimiento de la música, siguiendo sus estudios de flauta bajo la docencia del catedrático Francisco González además de los de armonía y composición con los respectivos maestros del Conservatorio, y siendo asiduo, también, a los conciertos de todo tipo que brindaba la capital, y en especial a los que la Banda Municipal celebraba bajo la dirección del maestro Ricardo Villa y a los que la Orquesta Filarmónica de Madrid, ofrecía en el Circo Price bajo la dirección del lorquino Bartolomé Pérez Casas de quien, por cierto, el excomponente de la Banda, Pedro Rubio, ha realizado una encomiable tarea investigadora y divulgadora centrada en su obra clarinetística. Como decisiva, sin duda, de los seis años transcurridos en Madrid fue la experiencia obtenida al pasar a la Banda de Ingenieros, dirigida antes por Pascual Marquina y después por Alejandro Contreras, destacando siempre por un virtuosismo de buena ley (“Beethoven en el Cuartel de la Montaña”… luciéndose mucho en ellas el notable profesor de flautín, Sr. Palao que alcanza en su instrumento las más altas cimas del virtuosismo .El Liberal. 8 junio 1934.Julio Gómez), y su continua participación en los pequeños conjuntos de cámara de los numerosos café-conciertos que por entonces se prodigaban en Madrid, codeándose con lo más granado de la élite profesional madrileña, tanto con instrumentistas de cuerda como de viento y pianistas.
Fue, precisamente, su condición de músico la que milagrosamente le salvó de mayores infortunios en la incivil contienda, tras la cual y después de reincorporarse a la Banda Municipal de Alicante así como a la dirección de la Banda Filarmónica Alteanense, optó por volver de nuevo a la profesión militar y tomar parte en las oposiciones para Música de Primera de la Armada que ganó brillántemene en las peores condiciones físicas, a causa de una grave afección en los labios, pero que siempre reconoció como “uno de los momentos de mi vida en los que sonó mejor que nunca mi “Cuesnon” (un excelente instrumento que había sido reparado después de haber sufrido daños en el incendio del Teatro Variedades de Madrid en manos de su anterior dueño).
Fueron muchas las ocasiones en las que, en su etapa en Alicante, así como durante su pertenencia a las Bandas de Música de la Armada de la Escuela Naval de Marín (Pontevedra) y a las de los Tercios de Infantería de Marina de San Fernando(Cádiz) y Cartagena, tomó parte en conjuntos de cámara de viento y actuando como invitado en Orquestas, como la de Jerez, fundada por el prestigioso maestro Germán Beigbeder, o la de Alicante, dirigida sucesivamente por los solventes músicos Luis Torregrosa y José Juan.
Era la suya una manera de tocar en la que, dando por descontada la exacta afinación de todas y cada una de las notas por ínfimo valor que tuvieran, la expresión de la música debía ser absolutamente fiel a lo reflejado por el compositor, sin añadir ni quitar nada, pero atendiendo al espíritu profundo de lo escrito, para que el intérprete cumpliera con su auténtica misión, con ese plus que debe distinguir al verdadero artista del simple fabricante de sonidos, por virtuosístico y deslumbrante que fuera. Para él la misión del intérprete no debía ser otra que la de descubrir los misterios que la verdadera obra de arte contiene, porque si esa capacidad de misterio no existe, se debe pasar página y dedicarse a otra noble causa.
Al tiempo de acabar este relato sobre mi querido padre hube de asistir, obviamente, a la entrañable coda del centenario homenaje del mes de julio, consistente en la interpretación por la Banda de la Asociación de su breve pieza dedicada al “Monte Arabí”, en el Concierto Extraordinario de San Cecilia, cuando me ví sorprendido por la a todas luces excesiva generosidad de concederme la distinción instituida por la Asociación que lleva el nombre de Santa Cecilia, que a mi padre tuve la enorme satisfacción de dedicar y por lo que no encuentro otras palabras para expresar mi gratitud que las de ¡Gracias, de todo corazón!.
Hijo del músico y Crítico Musical.