Suzanne, Leonard Cohen

Hacía días que venía observándole. Lo encontraba un tanto perdido y desubicado. Supongo que el hecho de que hiciera apenas unos días que había fallecido, y lo que es peor,  de un modo inesperado, le llevaba a no aceptar realmente en donde se encontraba. Y lo que es más difícil, lograr asumir que no estaba entre los vivos. Supe quién era nada más verle. Pues ya son muchos los que al pasar por aquí me habían hablado de él. Del poeta músico; en efecto, sí,…Leonard Cohen. Así que no dudé ni un ápice en acercarme al banco en el que se encontraba sentado a unos metros de mi tumba, para presentarme, y en cierto modo despejar esa confusión de espacios dimensionales que le envolvía. Y es que, me daba un poco de pena contemplar cómo las personas vivas, a las que se dirigía para preguntarles qué hacían allí, pasaban a su lado sin prestarle ninguna atención. Con lo que aclarado en asunto de su invisibilidad, tuvimos tiempo para charlar largo y tendido de lo que había dejado atrás. No obstante, no se lo tomó muy mal que digamos, ya que parece ser que la que fue su compañera estos últimos años, había muerto unos meses antes con lo que para él era un estímulo que en breve estaría de nuevo con ella.

En lo que dio mi estancia con él, y para no variar, tuve tiempo para que me hablara de la que es una de sus canciones más emblemáticas, y despejar quien se hallaba en verdad al otro lado de ella. Evidentemente, hablamos de “Suzanne” (click para escuchar). Me empezó relatando, que su verdadera vocación fue la de ser escritor, y que su carrera la emprendió como novelista y poeta allá por la década de 1950. Pero que durante su estancia en Nueva York, al  moverse por el ambiente bohemio de los clubes del Greenwich Village, el azar le llevó a que la cantante folk Juddy Collins incluyera en uno de sus  discos una canción que Leonard había compuesto a partir de su poema “Suzanne”, cuyos versos pertenecían a su poesía “Suzanne take You down”, de su poemario “Parásitos del paraíso”. La cuestión es, que aquel “Suzanne” irrumpió de tal manera en el panorama musical de aquellos días, que pronto llamó la atención del productor John Hammond, un auténtico cazatalentos. Según él, el Rey Midas del momento, a quien por lo visto fue su éxito entre otros salidos de la nada como su amigo Bob Dylan y Aretha Franklin. A partir de entonces Hammond marcó sus pasos, y produciría su primer disco “Song of Leonard Cohen” en 1968, en el que por fin haría plenamente suya ese “Suzanne”. Y ahí viene la incógnita, de quién era la Suzanne de carne y hueso  para la que escribió de entrada aquellos versos que acabaron en canción. Bien, aquel nombre de mujer tenía que ver al parecer con el de Suzanne Verdal, una bailarina de danza contemporánea de Montreal, con la que Leonard compartió paseos, y muchas, pero muchas tazas de té,…y ya está. Pues el amor entre ambos fue algo que no pasó de sus pensamientos y algún que otro sueño, ya que a pesar de que la química entre ellos existía, también existía el marido de la chica, que para suerte de Leonard, tenía que ver con uno de sus mejores amigos, algo que les obligaba en gran medida a guardar las distancias, de una pasión mutua que no fue, palabras del artista, más allá de eso; paseos y tés.. No obstante, el “problema” vino después, cuando la canción empezó a ser mundialmente conocida, y la gente relacionó a la bailarina con ella, hasta el punto de que se hablara más de ese hecho, que de lo que suponía su carrera artística en sí. Y si a esto le sumamos, que Leonard describía que paseaba junto a una chica un tanto rara y extravagante, el asunto no fue del todo bien avenido por la que fuera su amor platónico. Menos mal, que el tiempo lo cura todo, y afortunadamente para él, o…mejor dicho ellos, acabó en más paseos e infusiones.

…¿Y qué más contarte que te pueda llamar la atención de lo que me desveló el artista?

Pues mira, si hay algo que pone de manifiesto era la admiración que éste le tenía a Federico García Lorca, su poeta predilecto. Y es que le llevó a ponerle a una de sus hijas el nombre de Lorca.

Antes de despedirme, me gustaría mostrarte lo que cuenta la canción, algo así como:

Suzanne te lleva a su casa cerca del río, 

puedes oír pasar los barcos.

Puedes pasar la noche a su lado, 

y sabes que ella está medio loca, 

pero esa es la razón por la que tú quieres estar ahí.

Y ella te alimenta con té y naranjas, 

que vienen directamente desde China.

Y justo cuando tienes intención de decirle

que no tienes amor que darle, 

ella te atrapa en su onda (wavelength),

y deja que el río responda, 

que tú siempre has sido su amante.

Y tú quieres viajar con ella, 

y tú quieres viajar a ciegas.

Y sabes que ella confiará en ti, 

ya que has tocado su cuerpo perfecto con tu mente.

Y Jesús era un marinero, 

cuando caminaba sobre las aguas.

Y pasó largo tiempo observando, 

desde su torre de madera solitaria.

Y cuando supo con certeza que

solo los hombres a punto de ahogarse podían verle, 

él dijo, «Todos los hombres serán entonces marineros, 

hasta que el mar los libere».

Pero él mismo estaba destrozado, 

mucho antes de que el cielo se abriera.

Olvidado, casi humano, 

él se hundió bajo tu sabiduría como una piedra.

Y tú quieres viajar con él, 

y tú quieres viajar a ciegas.

Y crees que tal vez confiarás en él, 

ya que ha tocado tu cuerpo perfecto con su mente.

Ahora Susana toma tu mano,  y te dirige hacia el río.

Lleva trapos y plumas compradas en las tiendas del Ejército de Salvación.

Y el sol vierte sus rayos como si fueran de miel,  s

obre nuestra señora del puerto.

Y ella te muestra dónde mirar, 

entre la basura y las flores.

Hay héroes entre las algas, 

hay niños en la mañana, 

se están inclinando por amor.

Y se inclinarán así para siempre, 

mientras Susana sostiene el espejo.

Y tú quieres viajar con ella, 

y tú quieres viajar a ciegas.

Y sabes que puedes confiar en ella, 

ya que ha tocado tu cuerpo perfecto con su mente.

Y en fin, creo que ahí lo podemos dejar hoy, pues he quedado con Cohen y Bowie en salir a dar una vuelta por Liverpool esta tarde, y convendrás conmigo que es una oferta que no puedo dejar pasar.

Eleonor Rigby.

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