Una historia de «La Berklee»

Allá por los 80’s, en plena “Movida Madrileña” los músicos que no encajábamos en los criterios del conservatorio no teníamos más camino que ser autodidactas y/o recurrir a algún compañero, generalmente formado en las oleadas de grupos que surgieron en los 60 y 70’s y que generalmente estaban casi tan despistados como nosotros, o bien que hubieran tenido posibilidad de aprender fuera de España o haber tenido contacto con músicos extranjeros que andaran por aquí, como por ejemplo los del ejército americano en la base de Morón, Cádiz, o en la de Torrejón, cerca de Madrid.

Había muchas ganas y necesidad de aprender, sobre todo los que andábamos ya con un pie metido en los estudios de grabación y el otro en las giras, pero apenas infraestructuras y, terminar siendo autodidacta era, lamentablemente, la solución. Digo lamentablemente porque el acceso a la información en nuestro país se hacía bastante complicado por diversos factores: falta de libros, ediciones, transcripciones, estudios, discos y recursos técnicos, escasa y confusa información en cuanto a los sistemas utilizados por la emergente música moderna, y tampoco queríamos resignarnos a pasarnos toda la vida con la escala pentatónica para arriba y para abajo y dale que te pego al fraseo blusero. Ser autodidacta en estas condiciones es algo que retrasa mucho tu formación y andar siempre al borde del “prueba y error” y el “por aquí no es, media vuelta y a empezar de nuevo”.

Nadie conocía a fondo el “cifrado americano”, aparecían libros fotocopiados de dudosa procedencia, con “castellanización” o adaptación a otros idiomas de los acordes, como el francés, país donde parecían ir un poco más avanzados que nosotros, debido seguramente a que en los 50 y 60 París y su ambiente bohemio resultaba muy atractivo para los músicos jazzistas americanos, amén de contar con un estilo propio “manouche” o gipsy-jazz…Además, para más diversión todavía, no había una internalización del cifrado como la que hoy disfrutamos. Era muy común ver cosas como Cmen, Cdis, CM7, ó C7M, Ctriangulito, C”mediohuevo”, el 7 de los acordes de séptima con y sin rabo para indicar distintos criterios, “sus” traducido como “suspendido” en lugar de “sustituido”…Los conceptos básicos de la armonía moderna –en esa época 90% jazz sí o sí-, el II/V, los dominantes secundarios, los sustitutos tritónicos, disminuidos, semidisminuidos, alterados, la sexta napolitana….¡¡¡ufff!!! Era un lío que ni sabías por donde agarrarlo ni a quién recurrir, pues los “gurús” avanzados que tocaban en clubs o acompañando a artistas “melódicos” la mayoría de las veces contribuían a liarte aún más debido a la falta de haber tenido una sólida formación por carecer de escuelas que aunaran criterios y de sistemas pedagógicos apropiados. Los nombres de los modos y de las escalas y la forma de aprenderlas, de concebirlas, de digitarlas era algo delirante ya que no había forma de aclararse.

Inmerso en estas dudas andábamos, pensando que la música moderna era algo que tenía que ver más con lo mágico, lo mistérico o lo divino que con la lógica, en medio de un lío monumental, cuando una tarde después de comer, recuerdo perfectamente el momento, recibo una llamada de Augusto Algueró Jr que me dice: –Oye, ¡he descubierto un tío que da clases de armonía en la tienda de Yamaha de las Rozas…! Uno que ha estado unos años estudiando en USA… me parece que en “la Berklee”. La voz del hijo de Carmen Sevilla transmitía entusiasmo, ya que él ya había tenido un primer contacto con el profesor y había comprobado en persona que era capaz de responder a todas sus dudas y además tenía libros y material para aprender en condiciones…Nada que ver con el Zamacois, las prohibiciones y las rígidas normas típicas de las clases de armonía del conservatorio que tantos dolores de cabeza nos daban a Augusto y a mí cuando intentábamos hacer algún arreglo de los anuncios que grabábamos para la tele o de alguna de las producciones en las que andábamos metidos -recuerdo que en esos días él me había llamado para grabar unas maquetas para un disco de Patricia Kraus con un toque jazz-pop en el que pretendíamos extrapolar nuestros conocimientos clásicos y que no había forma de que encajara y funcionara con la debida soltura.

Yo no sabía a ciencia cierta qué era “la Berklee” aunque había oído hablar bastante de ella, pero influído por el entusiasmo de mi amigo quedé con él al día siguiente y nos acercamos en mi coche al pueblecito de Las Rozas, al lado de Madrid por la salida norte, pegado a la carretera de La Coruña, a dar una clase piloto en la que nos iban a explicar de qué iba el asunto. Entramos en las instalaciones de Yamaha, bastante potentes por cierto, y pude comprobar que también había por allí algún músico de la escena madrileña, como Luis Lozano, entonces teclista de Duncan Dhu, Santi Vega, el compositor de las bandas sonoras de “Al Filo De Lo Imposible”, Fernando del Valle, batería de los Coyotes, Carlos Torero y su hermano entonces bajista de Radio Futura…yo que en aquellos momentos andaba inmerso en una gira con los Pistones…y alguna cara conocida del conservatorio. Ver allí a estos amigos dejaba bien claro las ganas y la necesidad que había de aprender, sobre todo en determinados ambientes que, queriéndolo o no, se estaban profesionalizando a marchas forzadas debido a la explosión musical que estaba ocurriendo en la capital de España. El profesor, con fuerte acento catalán, resultó ser el trompetista Joan Albert Serra, un joven músico de Barcelona que después de realizar sus estudios en el conservatorio del Liceo se había marchado unos años a Boston a ampliar conocimientos y conocer el jazz de primera mano. Aquello resultó ser una extensión de “L’Aula de Musics” que intentaban establecerse como escuela en Madrid de la mano de la conocida multinacional de los tres diapasones, y que ya llevaba unos años funcionando en la ciudad condal, debido a que allí si había un cierto ambiente intelectualoide y más decantado hacia el jazz que en Madrid que era mucho más cosmopolita, rockero y por lo tanto más inclinado a la música moderna que al bebop, el swing, Sonny Rollins o Charlie Parker. Rápidamente pudimos comprobar que Joan Albert era un tipo con las ideas musicales muy claras y un muy buen pedagogo que sabía cuales eran nuestros problemas pues él había pasado por lo mismo y eso le había hecho salir de España en busca de una escuela donde pudiera dar el paso que nosotros no conseguíamos dar.

Ramiro Martínez-Quintanilla
Ramiro Martínez-Quintanilla Puche Berklee College of Music

En unas cuantas clases empezamos a sentir el entusiasmo de haber encontrado por fin la manera de salir de la oscuridad y empezábamos a comprender con claridad los principios básicos de la armonía moderna y la improvisación. Además iban a incorporarse otros profesores que también estabas acabando estudios en “La Berklee” y enseguida regresaban a Madrid, lo cual nos hacía pensar en ensanchar horizontes con clases de instrumento, arreglos, combo, educación auditiva…Todo inevitablemente visto desde el punto de vista de la formación jazzistica, pero mucho más cercano a nuestros intereses que el de la música clásica. Un rollo para los que no nos gusta el jazz más que cualquier otro tipo de música. También es cierto que en ese momento carecíamos de la perspectiva suficiente para poder entender que había otro punto de vista desde donde enfocar nuestra enseñanza pues la música moderna se estaba desarrollando todavía en un estadio embrionario por aquellos días, y eso nos hacía admitir al jazz como una especie de hermano mayor que nos llevaría de la mano por el camino adecuado, y después ya veríamos a donde seríamos capaces de llegar.

Joan Albert nos explicó de primera mano -¡¡¡por fin!!!- lo que era “La Berklee”, una FACULTAD (COLLEGE) DONDE LA MÚSICA MODERNA ERA ESTUDIADA CON CARÁCTER UNIVERSITARIO: “BERKLEE COLLEGE OF MUSIC” Lo escribo con mayúsculas porque nos dejó muy impresionados saber que la música en países tan avanzados como los USA pudiera estar integrada dentro de una universidad, cuando aquí estaba –y me parece que sigue estando en gran medida- en unas instituciones decimonónicas en el peor sentido de la palabra, en las que poco o nada se avanzaba y que cualquier músico con aspiraciones propias lo más normal es que terminara por no encajar en tal sistema…Todo esto con una inversión en relación calidad/coste por alumno por parte del estado descomunal para los objetivos alcanzados…Aquí los músicos en vez de ser universitarios formábamos parte del Sindicato de Artistas, Circo y Variedades, con mi mayor respeto hacia estas tres profesiones, pero que nos hacía estar bastante mal vistos socialmente…Esto tampoco ha cambiado mucho al día de hoy, donde tus vecinos continúan preguntándote: -Pero tú, aparte de la música, ¿qué estudias? o ¿a qué te dedicas?, dando por hecho de forma dolorosamente natural, para nosotros los MÚSICOS; que esto de la MÚSICA no es algo serio y menos aún profesional. Aunque esto forma parte de otro artículo que quizá escriba próximamente.

A las pocas semanas de empezar a estudiar con entusiasmo de repente recibimos, como un bofetón, la tremenda noticia de que la escuela se iba a desmontar. Sin saber porqué aquello dejó de funcionar. Seguramente no encajaba en la idiosincrasia de músicos como nosotros y estaba destinada al fracaso. Recuerdo la cara de decepción de Augusto y el énfasis con el que trataba de convencer a Joan Albert de que no nos dejara abandonados y continuara lo que acababa de comenzar, de que aquello tenía que seguir…que montara una academia en su casa…en donde fuera…Joan no sabía muy bien que iba a hacer pero me pareció que Augusto le estaba convenciendo, cosa bastante probable porque tiene una fuerza de convicción y una simpatía fuera de lo normal. ¡Y lo consiguió! Durante aproximadamente dos años estuvimos alojados en casa de Joan Albert. Él, como ya he comentado, resultó ser el mejor profesor de armonía y arreglos de música moderna que he tenido la oportunidad de conocer –y he conocido unos cuantos dentro y fuera de España, incluso en “La Berklee”, y nos ayudó a organizar, entre unos cuantos músicos, nuestra Berklee particular. Nos puso en contacto con sus compañeros en Boston según iban volviendo a España, y nos iba preparando para que pudiésemos trabajar con ellos: José Luis Valderrama, Richard Krull, Fredi Marugán –muy conocido como productor de Ismael Serrano-…

Y de aquel núcleo surgió el embrión de lo que hoy es la “Escuela De Música Creativa”, en la cual tuvimos varios de nosotros la gran suerte de colaborar en sus inicios e incluso de trabajar como profesores. Algunos de los que formamos parte de aquella aventura, como Santi Vega y Eva Gancedo, tuvieron la oportunidad de irse a Boston a terminar de formarse y otros lo veían como algo difícil y lejano.

Entonces no había internet ni compañías low-cost, el correo tardaba en llegar de dos a tres meses de aquí a Estados Unidos, y el nivel de inglés era –y desgraciadamente sigue siendo- bastante malo a nivel general, aparte de que la matrícula costaba una fortuna y económicamente los tiempos eran, como ahora han vuelto a ser, muy malos. Los salarios de una España que todavía estaba lejos de entrar en el euro, comparados con los de Reino Unido, Francia, Alemania o USA eran una risa.

Yo lo intenté. Les escribí varias cartas a las que siempre contestaban con entusiasmo y que a mí me emocionaba recibirlas y fui haciéndome un plan…

Ramiro Martínez-Quintanilla Puche,
Profesor de guitarra y bajo eléctrico de la AAM de Yecla.

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